No nos hagamos ilusiones. Volverá, aunque oportunamente disfrazada de nueva, la vieja normalidad. Hay ya fuerzas trabajando a marchas forzadas para que así sea en todos los ámbitos, desde los gobiernos nacionales hasta las instituciones multilaterales.

Pensaban algunos, ¡ilusos!, que la crisis de la pandemia podría ser una excelente ocasión para reflexionar sobre un sistema económico depredador de los recursos del planeta y generador de creciente desigualdad y emprender un cambio de rumbo.

De nada servirán advertencias como las del científico británico Nicholas Stern en el sentido de que lo ocurrido con esta pandemia es una nueva demostración más, por si hacía falta alguna más, de la extrema vulnerabilidad de nuestras economías.

De nada, el aviso incluido en el informe sobre el cambio climático que lleva su nombre de que si no se toman medidas preventivas, aumentarán exponencialmente las catástrofes naturales, algo que vemos que sucede en todo el mundo, y pagaremos todos la factura, empezando, como siempre, por los más pobres.

No, el hombre es el único ser capaz de tropezar cuantas veces haga falta en la misma piedra. Y así vemos cómo los representantes de todos los sectores de la economía se sirven de la crisis económica para intentar debilitar las medidas medioambientales que, aunque siempre a regañadientes, se comprometieron a adoptar los distintos gobiernos.

En Alemania, sobre todo, pero también en otros países de importante industria automovilística, su poderoso lobby trata de impedir el endurecimiento por la UE de los límites máximos permisibles de emisiones contaminantes. Y todo ello mientras el sector reclama - hay que mantener el empleo- que se subvencione la compra de nuevos vehículos.

Las líneas aéreas, en su día privatizadas y ahora rescatadas con dinero público, rechazan que se grave el queroseno que utilizan sus aviones mientras que la Federación de la Industria alemana considera imprescindible modificar el calendario y el volumen de reducción de emisiones propuestos en el Pacto Verde Europeo.

La Asociación Europea de las Industrias del Plástico ha pedido también a Bruselas que aplace la entrada en vigor de las directivas que prohíben los productos de un solo uso, desde vasos y cubiertos hasta pajitas y bastoncillos de algodón, con el argumento de que han demostrado durante la pandemia su utilidad en los hospitales.

La Asociación Federal de la Industria alemana quiere a su vez que se deje para más adelante la prohibición de ciertas substancias potencialmente cancerígenas como el ácido perfluorooctanoico, utilizado, por ejemplo, en las sartenes antiadherentes.

El lobby agrícola, que en el caso de Alemania, tiene importantes apoyos en el partido cristianodemócrata de la canciller Angela Merkel, combate las directivas europeas sobre el uso de fertilizantes y ha pedido también que se postergue su aplicación.

En Estados Unidos van como siempre más lejos: el Gobierno de Donald Trump decidió ya en marzo dejar sin efecto las regulaciones medioambientales que impedían a las petroleras y a otras industrias seguir contaminando la atmósfera, el suelo y las aguas fluviales.

Cada cual seguirá pues a lo suyo sin que importen las consecuencias para las próximas generaciones. Eso sí: llevaremos mascarillas, y aplicaciones tecnológicas cada vez más sofisticadas, desarrolladas por multinacionales que apenas pagan, si es que pagan, impuestos, harán que estemos cada vez más controlados. ¡Ésa si que será la nueva normalidad!