Por lo que parece, no es tan normal (habitual, ordinario) que se tenga una idea más o menos clara del concepto de normalidad (cotidianeidad, costumbre) a tenor de los muchos comentarios que ha suscitado la expresión "nueva normalidad", tan común en estos momentos de la desescalada. Tal vez porque no se la ha entendido adecuadamente, atribuyendo a esta condición una cualidad que realmente no posee, pues "normalidad" no ha de ser necesariamente sinónimo de estabilidad. La más mínima reflexión nos lleva a concluir que todas "las normalidades" se encuentran en un permanente estado de cambio; así, por ejemplo, con cierta frecuencia detectamos que algo (una realidad, una circunstancia, un hecho) no parece estar en total sincronía con nuestra normalidad, y entonces reconocemos que esa situación es anacrónica. Incluso, podemos observar alguna realidad que nos parece de ficción por considerarla más propia de una sociedad futura de características negativas, y, entonces, calificamos la situación como una distopía; distópicas fueron aquellas primeras imágenes de la ciudad china de Wuhan, cuando por allí hizo su aparición el SARS-CoV-2, virus responsable del covid-19, y aquella realidad, que nos pareció tan extraña, se hizo normal en nuestro país poco tiempo después.

Ahora, que llega la calma, empezamos a aproximarnos a otra realidad que, aunque distante de la utopía (la sociedad de perfecta organización que ideara Tomás Moro en 1516) queremos imaginarla con menos pesimismo y atribuirle un calificativo más esperanzador, de ahí lo de "nueva normalidad". La propia existencia de las palabras anacronía, distopía y utopía es prueba del dinamismo de la sociedad; añadamos, ya que estamos en un campo léxico relacionado con aspectos temporales, una más: ucronía. De ucronía se habla cuando se reconstruye la historia con datos hipotéticos; planteamientos ucrónicos son, en cierto modo, los de quienes juzgan lo que hubiera sucedido de no haber sucedido lo que sucedió; recurso absolutamente prohibido para el historiador, dice Gregorio Marañón, pero muy recurrido por los políticos en estos momentos.

De modo que no parece procedente calificar, como se viene haciendo, la expresión "nueva normalidad" de mendaz eufemismo, por entender que el adjetivo se utiliza para atenuar lo negativo del futuro que se avecina; o de interesado oxímoron, por considerar semánticamente opuestos los dos elementos del sintagma. Oximorónica hubiera sido la expresión de haberse querido decir que "volvemos" a una nueva normalidad anterior, mas no si lo que se afirma es que "vamos" hacia una normalidad diferente, a otra normalidad y, por lo tanto, nueva.

Las normalidades se suceden y se superponen, como ocurre en el ámbito de la lengua, pues, si como hemos dicho en anteriores ocasiones lengua y sociedad van estrechamente unidas, a diferentes estados sociales corresponderían, como es lógico pensar, diferentes normas lingüísticas. Pero ¿en qué consiste la norma lingüística?

La norma en la lengua es un conjunto de reglas con cierto grado de obligatoriedad impuesta por la comunidad lingüística a los propios hablantes, y se conforma seleccionando los usos que se consideran más aceptables; la norma prefiere, por ejemplo, "haya" frente a "haiga"; "se me cayó" a "me se cayó", y "le regalé un libro" frente a "la regalé un libro". Su existencia se justifica por la conveniencia social de disponer de un modelo; pero la norma lo es "si la comunidad la acepta como tal -como afirma Emilio Lorenzo--, no solo porque lo decreten unos individuos -los miembros de la Academia? refrendados por un consenso corporativo no siempre unánime". Somos, pues, los propios usuarios del idioma quienes nos imponemos nuestras propias normas, recogidas luego en la ortografía, en las gramáticas y en los diccionarios, y es por eso que llama mucho la atención que algunos hayan considerado que es menester esperar a resoluciones académicas acerca de algunas cuestiones lingüísticas surgidas en estos momentos críticos de la pandemia (género de la palabra covid, legitimidad de la voz desescalada€) antes de utilizarlas de la forma en que vamos considerándolas normales.

Obedece esta actitud reverencial a la creencia de que la real institución posee autoridad normativa, que es creencia comprensible, porque ha sido costumbre académica arrogarse esta potestad que en modo alguno le corresponde, sin negar el importante papel que desempeña colaborando, como lo hacen otras instituciones, en el proceso inacabable de normalización lingüística. La norma lingüística, representada en la lengua estándar, surge de la aceptación y cooperación de la comunidad y, sobre todo, de los usuarios de competencia reconocida: escritores, medios de comunicación, intelectuales de diferentes disciplinas€, son los que van configurando la norma. Y es tal vez por esta razón, para mantener esta autoridad, por la que la Real Academia se apresura a apropiarse de la norma, y anuncian que se constituirá una comisión para que, por procedimiento de urgencia, se defina y se incluya en su diccionario la voz coronavirus, según leemos en la prensa (El País, 21-4-2020), ¡como si no pudiéramos utilizarla hasta no verla recogida en su repertorio! Ya los hablantes sabemos a estas alturas que la palabra coronavirus, la más utilizada en el periodo pandémico, tiene dos sentidos bien diferenciados: por una parte, es el nombre genérico de una familia de virus, que en este caso representa el SARS-CoV-2 (como en la frase "el coronavirus se contagia por las gotículas que expelemos al respirar"); y, en segundo lugar, hace referencia, en situaciones coloquiales, a la propia enfermedad por coronavirus, más técnicamente, el / la COVID-19, o, simplemente, en expresión lexicalizada, covid (como, por ejemplo, "ya hay varios días en que no se registran muertes por coronavirus").

Ha querido la Academia hacer valer su autoridad desautorizando por anglicista la voz desescalada, y propone reducción, disminución o rebaja. Y no constituye, como afirman, un neologismo, no solo porque está perfectamente formada según los procedimientos derivativos propios del español sino porque está recogida en el excelente Diccionario del español actual, que dirigió don Manuel Seco hace ya más de veinte años: "Disminución en la extensión, intensidad o magnitud [de algo, esp de la lucha o la violencia]", define. Y, por si se considerase oportuno, aunque dudo mucho de la supervivencia de la voz, podríamos proponer una definición: "Proceso mediante el cual se va procediendo a la supresión de las limitaciones de movilidad impuestas por la cuarentena para frenar la pandemia, y la consecuente reactivación económica". Y esto no es una simple reducción o disminución, pues incluye, como se ve, otros rasgos semánticos distintivos.

Viene recomendando la Real Academia Española que el género de la palabra covid sea el femenino, puesto que se ha formado a partir de un acrónimo procedente del inglés (coronavirus disease), y que, en consecuencia, debe tomar el femenino del disease ('enfermedad'). Mientras, muchos hablantes competentes, escritores y periodistas siguen utilizando el masculino: "el covid" es lo que prefieren Javier Marías, Juan José Millás y Jorge Dezcallar, por ejemplo, como acabo de leer en sendos artículos de estos autores en un mismo diario. Además, no se siguió la norma que ahora defiende la Academia en la denominación resumida de otras enfermedades como "el alzhéimer" (la enfermedad de Alzheimer) o "el párkinson" (la enfermedad de Parkinson). En cualquier caso, lo más prudente es mantener válidos, por ahora, las dos posibilidades (el / la covid). Palabra que en lo concerniente a la acentuación parece haberse decantado por la forma aguda [covid].

No es asunto específico de voces surgidas en la pandemia la cuestión gramatical de formación del plural que afecta a los acrónimos, porque hay algunos de reciente nacimiento, como EPI (Equipo de protección individual), ERTE (Expediente de regulación temporal de empleo) y PCR (Polimerase Chain Reaction, 'Reacción en cadena de la polimerasa'). Conviene recordar que la norma recomienda que cuando se pluralicen en la escritura se mantenga invariable el acrónimo (los EPI, los ERTE, los PCR), sin que esta recomendación ortográfica sea óbice para que en el momento de verbalizar estos sintagmas marquemos convenientemente la pluralidad: "los epis", "los ertes", "los peceerres", No se admiten (o no recomienda la norma) los extraños plurales del tipo "Los EPI's" o "los ERTEs" u otras variantes por el estilo.

Como se ha dicho, la lengua está en constante proceso de cambio, y la norma aspira a mostrar una cierta estabilidad que proporcione seguridad, al menos sincrónica, a los hablantes, pero no son estas pocas novedades normativas motivo para poder hablar de una nueva norma en la lengua: no hay asunto importante relativo a la ortografía, escasísimos apuntes morfológicos y un par de cuestiones léxicas que no justificarían la más mínima modificación de la gramática, y, si acaso, unas pocas adiciones lexicográficas.

Sin embargo, en los otros ámbitos de la vida social sí se anuncian cambios significativos en lo relativo a la salud, a la educación, a la seguridad social, a mejoras salariales, protección a los mayores€, tantas que, con importantes mejoras en lo que a la política se refiere, podrían conducirnos a una "nueva normalidad", en la que su franca expresión no se considerase eufemística ni constitutiva de un oxímoron.

En esta "nueva normalidad" se anuncia, además, que "El teletrabajo ha venido para quedarse", que "El chándal ha venido para quedarse", que "El consumo responsable y sostenible ha venido para quedarse", que "Los expertos creen que el coronavirus ha venido para quedarse", y muchos titulares de prensa más que intentan aportar características de la futura cotidianeidad. Y yo me pregunto si periodistas y políticos son incapaces de verbalizar esta idea de permanencia de ciertos hábitos en el futuro de otras maneras más originales que no sea la ya manida muletilla de que "ha venido para quedarse".

Propongo un sencillo ejercicio para terminar. Elíjase una formulación de las propuestas a continuación en sustitución a la repetida expresión para cada uno de los titulares anteriores: a) € tiene posibilidades de seguir afectando a la población; b) € será una prenda de vestir habitual; c) € habrá constituido uno de los aspectos positivos de esta pandemia; d) € se convertirá en un complemento laboral y profesional insustituible en el futuro.

Estoy seguro de que se habrán realizado correctamente las asociaciones correspondientes, como también espero que estemos de acuerdo en considerar que redactados así los titulares ganarían en originalidad y amenidad, que es lo que espera y merece la audiencia, frente al discurso prefabricado y esclerótico. Y no me vale el pretexto de la brevedad de los titulares si para ello es necesario echar mano de los tópicos.

(*) Catedrático de Lengua Española de la Universidad de La Laguna