Somos racistas, pero no nos han dado razones para demostrarlo. Así que cuando nos exponen la vieja cuestión de qué haríamos en el caso hipotético de que un negro entre en tu vida de blanco primero balbuceamos y luego decimos: "Oye, pero yo no soy racista". Hay muchas maneras de saber si alguien es o no racista, igual que hay infinitas maneras de saber si alguien es sincero, hipócrita, valiente o cobarde. Tenía un gran amigo cubano que me contó lo que pasó una vez que su exmujer, madre de sus descendientes, le comunicó que una hija suya se iba a casar con un negro. Ella vivía en Cuba, practicando la Revolución, y él estaba en el exilio, practicando, tal como se veía desde La Habana, la Contrarrevolución€ En la discusión familiar sobre el destino de la hija la madre era la que se oponía a esa boda de colores distintos, mientras que a él le parecía una buena idea. En los contraargumentos subió el tono, y para bajarlo el padre exiliado dijo: "Es negro€, pero tiene la cara simpática".

Ahora está el mundo lleno de manifestaciones contra Trump por no haber sabido decir no al racismo y al explicar que el bárbaro que mató de un rodillazo insistente y avieso, criminal, a un negro de Minneapolis tendría que pasar por la justicia ahorró adjetivos o gestos que indicaran cuál era su estado de ánimo ante la barbaridad. Actuará la justicia, dijo, pero a continuación mandó al Ejército de los Estados Unidos a reprimir, en las calles, las manifestaciones de repulsa por aquel acto de muerte que se pone como un número mayor de ignominia en la estadística del racismo.

Los periódicos y los televisores están ahora ofreciendo en blanco y negro y en color la historia del racismo norteamericano, pero podrían alternar con las imágenes y la historia del racismo europeo, por ejemplo, que tuvo su mayor expresión en los prolegómenos y en el desarrollo de la segunda Guerra Mundial, cuando los nazis decidieron borrar de la faz de la tierra a los judíos. Que haya acabado en Alemania esa tentación malévola que cumplió como pecado mortal continuado el Tercer Reich y que Estados Unidos, que tiene más universidades aún que Alemania, y por supuesto más negros, siga tolerando el racismo explica que sigan muriendo en manos de la policía personas como George Floyd.

El racismo es un mal que afecta a la humanidad, porque no trata solo del color de la piel, sino del ejercicio avieso de la desigualdad. A Rosa Parks la juzgaron por haberse negado a dejar su sitio en un autobús a un blanco que quería ocuparlo. Y ella se convirtió por eso en un símbolo de la lucha contra el racismo€ Eso ocurrió en los años 60 del siglo pasado, cuando, por otra parte, fueron asesinados distintos líderes negros por haber defendido los derechos humanos que consagra la propia Constitución norteamericana; y aunque presidentes que tuvieron la voluntad de ese cumplimiento han actuado en contra de la segregación, hasta Barak Obama, que es el único negro que ha desempeñado esa dignidad, el racismo persiste no tan solo como una agresión a esos derechos sino como la expresión de un odio que no tiene fin€ ni principios.

Al tiempo que en Estados Unidos el presidente Donld Trump sacaba a la calle el ejército norteamericano en España se aprobaba el salario mínimo vital. El partido político que aquí saludó el modo de actuar del mandatario norteamericano se opuso a ese alivio legal de las penurias de cientos de miles de familias en nuestro país. El argumento de Vox es que la implantación de ese salario actuará como un efecto llamada para esos emigrantes que, desde África o desde cualquier lado, vienen aquí a buscar un futuro distinto al que se le ofrecen en sus empobrecidos contornos. Ese modo de ahuyentar a los que vienen con otra piel o con otras costumbres es un modo más de abrazar el racismo con otras palabras.

No lo hacen, podrían decir, como lo hace la heredera de Le Pen en Francia, por el color de la piel, sino porque no caben€ ¡Sino porque no caben!

Minneapolis y Washington son las principales capitales en cuyas calles se combate el racismo ahora, después de aquella bárbara acción del joven policía blanco que consideró lícito asfixiar con su rodilla a un negro indefenso. George Floyd se ha convertido ahora en un estandarte humano de esa lucha, y Trump, el presidente que reprime esas manifestaciones, en la metáfora del autoritarismo blanco que desde hace siglos oprime al negro en Estados Unidos. Pero el racismo no está solo en ese país tan grande, y tan desigual, el racismo está en nuestras cabezas también, y sólo se curará si las escuelas acogen palabras y enseñanzas en contra de la brutalidad de considerar que el otro es peor por su condición o por su raza.

El racismo no tiene que ver sólo con la piel, sino con el alma. Ese grito, ¡No puedo respirar!, que ahora es eslogan, tiene que usarse también para gritar a favor del aire que necesitamos para que nadie se sienta mejor que nadie ni en la clase, ni en la calle, ni en el trabajo ni nunca. Aunque no tenga la cara simpática, desde hace mucho tiempo yo también me siento negro.