Una de las evidencias de la crisis del periodismo es que los periodistas se queden estupefactos al leer o escuchar las noticias. Se supone que a partir de cierta edad indecente, a los periodistas no debería asombrarnos nada: ni que un perro muerda a un hombre, ni que un hombre muerda a un perro, ni que Asier Antona haga el ridículo en el Senado llorando por una tienda de Santa Cruz de La Palma víctima de la negligente gestión económica de Pedro Sánchez durante la pandemia, aunque el establecimiento lleve cerrado medio año. En fin. Sin embargo nada puede superar, de veras, un titular como "Torres mete prisa para ejecutar el pacto de reconstrucción de Canarias".

Y no es cosa del periodista, sino de las declaraciones del portavoz y biconsejero del Gobierno autónomo, Julio Pérez, quien aclaró que el presidente Torres ha ordenado a las consejerías "desarrollar planes" para que el Pacto por la Reconstrucción firmado el pasado día 30 "no se quede en la solemnidad del acto del Día de Canarias". Es decir, que Torres se mete prisa a sí mismo, y por un momento me lo imaginé por los pasillos de Presidencia de Gobierno empujándose con fuerte martillazos en los omóplatos y murmurando: "Corre muchacho ya no te detengas más". Empeñado en provocar una catatonia colectiva entre los plumillas presentes en la rueda de prensa, Pérez quiso advertir que la administración autonómica "tiene tendencia a compartimentarse", de lo que dedujo que "debe haber coordinación entre los distintos departamentos". Como en su artículo 49 el Estatuto de Autonomía de Canarias establece que al presidente del Gobierno le corresponde dirigir y coordinar la actuación del vicepresidente y de los consejeros, solo cabe deducir que Julio Pérez ha trasladado sutilmente a Torres que, además de empujarse fuerte, debe darse instrucciones a sí mismo para ordenar su gabinete.

Lo de los planes es encantador. ¿Cuántos planes? ¿En qué departamentos y con qué contenido programático específico? ¿Y yo qué sé? Ya tengo bastante con ser el presidente del Gobierno y estar recibiendo a gente todos los días. Recibo más visitas que el Papa de Roma, aunque nadie viene a salvar su alma, sino a vendérmela o alquilármela. Pero lo más desopilante es eso de que ahora toca garrapatear las fichas financieras, siguiendo un método económico digno de doña Mariquita la de la Matula: primero se me ocurre algo y lo pongo en un documento, y luego ya veremos lo que cuesta, cristiano. Es uno de los grandes misterios hermenéuticos del pacto. En alguna ocasión se le presentó como la base fundamental y consensuada desde la cual se diseñará una estrategia; en otras, cuando a alguien le ha dado por recordar la estrategia dichosa, se le ha replicado (lo hizo Román Rodríguez) que la mejor estrategia ya la tenemos: son los presupuestos de la Comunidad autónoma para 2020. Claro que es el propio consejero de Hacienda quien, en otra de sus brillantes intervenciones parlamentarias, proclamó que los presupuestos de 2020 deberían sacrificarse para mantener los servicios públicos de sanidad y educación como prioridad absoluta.

Este galimatías revela que, en realidad, el pacto es un artefacto propagandístico del Ejecutivo y, más concretamente, una pequeña fantasmagoría urdida a mayor gloria y fulgor del presidente Torres como estadista macaronesico y diligente padre de la patria en peligro. No hay recursos económicos. No hay (más allá de los ERE) ningún compromiso financiero inequívoco de Madrid. Cabidos y ayuntamientos están a punto de quebrar. Si quiere siquiera parecer resolutivo Torres debería nombrar a los nuevos consejeros de Sanidad y Educación. Si ni siquiera puede hacer eso, no nos diga mortificando con su pacto pactatero.