Vivimos tiempos convulsos donde si no nos mata el coronavirus, nos matarán de un sobresalto las contradictorias, confusas, absurdas, a veces obscenas noticias (véase el pacto con EH Bildu) y repugnantes medidas (véase la destitución del coronel de la Guardia Civil Pérez de los Cobos) que viene llevando a cabo este gobierno socialcomunista que padecemos. Este gobierno miente y se equivoca incluso cuando rectifica. Es tal el daño que nos están haciendo que no me extraña que los juzgados se llenen de querellas contra tantos desmanes e injusticias.

Si hace tan sólo unos días algunos de los ministros y ministras de este gobierno arremetían duramente contra el sector turístico "desaconsejando reservar para viajar" e incluso el camarada Alberto Garzón, que dicen que es ministro de Consumo, pidió a los ciudadanos "paciencia y prudencia" a la hora de contratar las vacaciones, y que, por consiguiente, "la planificación económica o de planes de ocio tendrían que quedar también en cuarentena" -vamos a obviar lo de su cruel e innecesaria crítica al valor estratégico del sector turístico y de servicios porque el pobre no da más de sí-, y después de que el presidente del Gobierno dictara la orden de poner en cuarentena a los que nos visitaran; ahora, de pronto, se han dado cuenta ¡Oh Santo Dios! Que hay que salvar el verano.

¿Por qué tras cerrar a cal y canto nuestras fronteras han pasado a llamar a todos quienes quieran oírles que vengan a España, que "os esperamos con todas las garantías"? ¿Es que acaso ha cambiado de ayer a hoy la situación sanitaria y no nos hemos enterado? Pues va a ser que no. Entonces ¿qué es lo que realmente ha cambiado? Pues que han visto las orejas al lobo y se han dado cuenta de que mientras las calles se llenan de caceroladas y manifestaciones rodadas, los empresarios del sector turístico están que fuman en pipa al darse cuenta de que Italia abrió ayer su temporada de vacaciones y que tanto Portugal como Francia lo harán a partir del 15 de junio y que Grecia les va a la zaga a ver quién acoge más turistas alemanes e ingleses, que ¡oh casualidad!, son o, mejor dicho, a este paso que vamos, eran, nuestros mejores clientes.

Como ven, es cuestión de oportunidad y de pura y dura competencia. ¿Y qué ha cambiado en unos días? Básicamente dos cosas: en primer lugar que la lista de dignificados es tan larga que el pirómano presidente ha decidido ir apagando algún que otro fuego; y, por otra parte, que dicha decisión, la de intentar al menos salvar el verano, el nuestro, se entiende, es puramente política; y que ha venido impuesta por la necesidad imperiosa de reconducir el desastroso panorama económico que se nos avecina. El problema es que para el sector turístico dicha decisión, al ir al socaire de lo decidido en otros países europeos, es contradictoria por lo que le resta credibilidad; se enteraron, como el resto de los españoles, durante la homilía sabatina; llega tarde porque un sector tan complejo y diverso no se pone en marcha de un día para otro; y es insuficiente e indefinido en cuanto a fechas concretas y planificación.

Los representantes del sector turístico e incluso los expertos económicos ya le avisaron al presidente que si queremos remontar la economía tenemos que comenzar por restablecer, con todas las garantías sanitarias necesarias, una industria que constituye uno de los motores económicos principales de España, que hasta ahora traía unos 80 millones de turistas al año, con 2,6 millones de empleos, unos 124.000 millones de euros de ingresos y con algo más del 12% del PIB español.

Es obvio que lo peor de esta crisis -exceptuando por supuesto los miles de muertos y los que están sufriendo las secuelas del virus-, es la incertidumbre que la rodea. El no saber qué va a suceder mañana; por lo que es normal la indecisión de los consumidores al no tener claro cuál va a ser su inmediato futuro laboral. Pero es necesario sobreponerse y poner la maquinaria de la confianza en marcha, que es la base de toda recuperación.

Ahora no es cuestión de ideologías sino de supervivencia. Todos estamos en el mismo barco y es hora de salvaguardar nuestra salud y nuestra dignidad, que no solo pasa por dar y mantener subvenciones, sino que exige el esfuerzo de mantener nuestros trabajos e ingresos.