Ayer hice mi propósito de cumpleaños: no torturarme. Lo formulé en argentino, tal como lo escuché en la serie televisiva Casi feliz, donde un psicoanalista aconseja al prota: "No se persiga". Perseguir: verbo mucho más hermoso en ese contexto que torturar. No me perseguiré, pues, este año. En un libro de Juan José Millás, un paciente suplica a su terapeuta que no lo torture con tantas preguntas. La analista le responde: "Ya se tortura usted bastante". Ya se persigue usted bastante: suena mucho mejor.

Edita el doctor Ángel Gª Prieto Fado para un delirio, a medias con el también psiquiatra Pedro Trabajo. Una más de sus puntillosas y exactas misceláneas sobre el Portugal que adora y a cuyas autoridades suplico una orden del mérito para este médico que tanto ha escrito para romper esa frontera administrativa que separa España de ese país cortés y vecino. La treintena primera de las páginas de la edición que me regala es una tracamundana: hojas al revés, pares donde deberían ir las impares. Azorado, mi autor me ofrece al punto otro ejemplar como Dios manda. Me niego en redondo. ¿No es guapísimo que una parte del libro esté alterada cuando habla de aparecidos, leyendas, locuras, viajes, Pessoa y un periodista de Tabucchi que se llama tal que el delantero centro del Liverpool FC? Como oro en paño conservo una monografía sobre Samuel Beckett con varias páginas en blanco por también involuntario pero afortunado error.

La portavoz del Grupo Socialista en el Congreso de los Diputados, Adriana Lastra, reprocha en la tribuna de oradores que haya "dirigentes políticos" que "jaleen, inciten y animen" actitudes que desprecian el esfuerzo colectivo contra la pandemia. Bien está políticamente. Pero redundante es gramaticalmente. Jalear ya significa animar. Incitar, inducir con fuerza. Animar es asimismo incitar: pleonasmazo lo dicho por la diputada. Suena muy bien una tríada de vocablos -cuánto la uso yo?, pero siempre que aporten, no que repitan: "animen, animen y animen", es lo que vino a decir. A algún derechista derechón le he oído gritar (pleonasmo también) que Lastra no sabe hablar, pues soltó "vaivienes" cuando es "vaivenes". Bueno, depende. Si se es en España muy, muy de derechas, cabe pensar que se abracen los autores católicos. Como Fray Luis de Granada, quien en 1557 escribe qué es el hombre: "Una criatura puesta en medio del furioso mar deste siglo á todos los vientos y vaivienes [sic] de la fortuna". O sea que precedente había.

En el Imprescindibles de La 2, el gran "escribidor de canciones" Manuel Alejandro admira demorándose la copita de vino jerezano que va a embaularse. Y reflexiona: "Lo malo que pasa con el vino de Jerez es que la copa buena, buena, es la tercera". Es decir, crea una ostranenie, que así llamaban los formalistas rusos a la ruptura de lo lógicamente esperado. Aguardábamos una palicilla sobre el retrogusto, los taninos, el abocado y la decantación, el punto organoléptico y demás enologantes palabros enólogos€ y el músico nos suelta una gracia graciosísima. Lo hacía mucho Juan Luis Muñoz, el sabio Tarifa, cuando quería eludir un tema de los que le proponía Jesús Quintero: "Qué bien me sienta a mí esto", afirmaba mirando el catavino de fino que ladeaba en la mano.

Uno de mis nietos se derrite por el bochornazo: "Me ha dicho papi que lo que me pasa es que no estoy acostumbrado a esta climatología". Me pilla jugando con "Brel", así que cometo la grave equivocación de corregirlo en plan lingüístico: "Mal por papá, porque 'climatología' es un tratado que se escribe sobre el clima, no el estado atmosférico. Seguro que quiso decir que no estamos acostumbrados a este tiempo tan bueno en mayo". Grande error, digo. El chiquillo me mira con penita, menea la cabeza conmiserativo y otorga: "¡Ok, boomer!", o sea, "Vale, viejo". Y se va al videojuego. Ni el idioma español ni yo tenemos ya remedio.