Uno agradece tropezarse de vez en cuando con líderes de la izquierda que dicen lo que piensan sin clichés ni complejos ni bravuconadas ni estridencias. Me gustó escuchar ayer al presidente del Cabildo tinerfeño, Pedro Martín, defender en un debate con colegas suyos -presidentes y presidentas de otros Cabildos- la extraordinaria importancia que el turismo ha tenido en la creación de riqueza y en la mejora de las condiciones de vida de centenares de miles de isleños. Porque es la pura verdad, aunque ya hace años que una parte importante de la izquierda española haya decidido exorcizar la malignidad intrínseca del turismo, como actividad que mantiene y profundiza las desigualdades y la pobreza. Es cierto que la brecha de la desigualdad suele ser mayor en sociedades terciarizadas que en sociedades con mayor participación industrial en el PIB. Pero eso no significa nada por sí mismo. El turismo ha sido una bendición para acelerar los procesos de cambio en sociedades con enorme peso de la agricultura, por ejemplo. El 'milagro español' de los 70 es un claro ejemplo del impulso transformador y modernizador del turismo, y de su impacto en la superación del subdesarrollo€

Ahora los problemas son otros: con la crisis del Covid-19, el estado de alarma y el confinamiento, se produjo una fulminante paralización de la restauración y la hostelería que alcanzó prácticamente al cien por cien de la actividad. Con la desescalada ya cerca en las islas de la 'fase tres', ese porcentaje fatídico de inactividad disminuirá poco a poco, pero nadie duda del derrumbe económico de las islas y la quiebra fiscal de sus administraciones, por la caída en picado de nuestro último monocultivo.

El turismo es no sólo el motor económico de Canarias, es prácticamente el único del que dependen la generación de riqueza y el crecimiento. El turismo contribuye junto al consumo interno y al comercio -afectados también de forma poderosa por la pérdida de visitantes- al bienestar de los canarios.

Es cierto que en las últimas décadas, al socaire de un urbanismo expansivo y un crecimiento económico que no se ocupó de repartir más las rentas turísticas, nos hemos tenido que acostumbrar al discurso fantasioso de radicales y aventureros que han proclamado la necesidad de un cambio de modelo productivo, en el que el turismo debería tener un peso secundario. De hecho, algún lumbrera sigue culpando al peso del sector de la catástrofe que se nos viene ya encima. Más bien debiera ser al contrario: esta crisis y el destrozo que va a ocasionar, es -por desgracia- la demostración de que el turismo es imprescindible para unas islas que no habrían tenido posibilidad alguna de superar el subdesarrollo sin el empuje de la actividad hotelera.

El problema no es la extraordinaria cuota de participación en la economía isleña del turismo, sino que una parte muy importante de la riqueza que genera no se quede en las islas, o se distribuye de forma injusta. Cuando salgamos de esta crisis -y esperemos que sea corta- habrá que replantearse no el rediseño del sistema productivo canario, capaz de crear trabajo y riqueza más que en ninguno de los otros archipiélagos de la Macaronesia, sino cómo lograr que el trabajo creado en el sector sea de más calidad, la riqueza se distribuya de forma más equitativa y la renta turística contribuya a disminuir la desigualdad.