¿Por quién doblan las campanas? Uno, dos, trescientos, dos mil, treinta mil€ Un horror a destiempo. Como si en esto hubiera una hora oportuna, un tiempo adecuado. Es€ cualquier momento. Solo que esta vez, jactándose, además nos mete miedo. Cuando estás en la diana, cuando la cabeza sobre la que se apoya la pistola de la ruleta rusa es la tuya, la de él, la suya, la mía, la de cualquiera€ todo se complica, todo duele, todo ciega.

Contar muertos es la gota de plomo fundido sobre el pie descalzo. No son números. Son personas. Los que han sido tachados por el bicho, como dice mi madre. Esta vez nosotros también estamos en el punto de mira. Todo lo que sucede nos afecta y sobresalta. El miedo también recorre el espinazo de nuestras espaldas. Como madres, padres, hermanos, hijos, amigos, vecinos, gente de bien€ a todos y sobre todos los que nos importan. Los fallecidos, algunos cercanos, otros conocidos, tejen esta terrible cadena de dolor.

Faltan muchos. La inmensa mayoría ni se lo imaginaba. Ninguna vida podrá ser borrada mientras la recordemos. Es verdad. Pero ya no podremos verlos jamás. Eso que tanto nos machaca y que se nos quedó en el tintero la última vez que nos vimos, solo podemos dárselo como un beso volado. Demasiado cruel. Familias que no han tenido ni el alivio de despedirlos. Si es imposible decirle adiós a un padre -lo sé muy bien-, cierras los ojos y lo tienes otra vez delante, en el momento que menos lo esperas. A veces te llega mientras conduces, cuando escuchas una canción o aquel cuento. Otras en algún gesto de tu hijo€

Tan duro o más es que se hayan ido sin que sus familiares y sus amigos se hayan abrazado. Cenizas en soledad. Cómo se recupera uno de la muerte de un ser querido. Cómo se recupera alguien de la muerte de un ser querido al que no has podido darle el merecido adiós. Ese vacío.

Mujeres y hombres que amaban y los amaban. Que se emocionaban. Que lloraban de alegría. Que se reían. Que sonreían. Que cocinaban. Que eran la música. Que tenían, la mayoría, la larga experiencia de décadas de vida. Que el bicho maldito, que el enemigo invisible se los haya llevado así, a deshora€ Sin entierros de verdad, sin funerales de verdad, sin velarlos de verdad, sirvan estas líneas para decirles que siempre nos tendrán. Que la vela de su recuerdo está y estará siempre encendida.

Los que han caído con esta peste se merecen cien mil homenajes. El que disfrutaba con el fútbol. EL incansable cazador. El que nunca faltaba en la cena con los amigos. El que jamás dejó de dedicarle la primera sonrisa del día a su pareja. Años y años de amor. El que se puso a estudiar ya de mayor. El que era tan puntual que llegaba siempre quince minutos antes. El tardón. El que nunca perdía a las cartas. A los que se les rompió el bolero antes del último compás: Toda una vida, estaría contigo, no me importa en qué forma, ni cómo ni cuándo, pero junto a ti. Flores negras del destino nos apartan sin piedad. Y ya nadie llenará nunca ese vacío.

PD. A Marcelo. Descansa en paz amigo. Me quedo con las risas de aquellas fiestas.