Es difícil no coincidir con Pedro Sánchez en una de las ideas planteadas tras la reunión de la Comisión Ejecutiva Federal del PSOE, en la que explicó que el Gobierno debe practicar el diálogo, la unidad y el consenso, y no imitar a esa derecha que se limita a buscar la confrontación. Porque es cierto que la derecha española ha perdido completamente el tino, instalada como anda en la bronca, el divismo de sus portavozas y la descalificación. Hoy se encuentra la derecha más dividida que nunca, con un PP aterrado por la posibilidad de que Vox pueda ganarle en el discurso y en los votos, y un grupo evanescente como Ciudadanos, instalado en su propia supervivencia y en vender el trampantojo de una supuesta voluntad de centrar al PSOE, cuando a lo único que andan es a cambiar los cromos de Málaga y Albacete.

Pero siendo cierto que la derecha ha perdido la cabeza, y que Sánchez va a escapar vivo de este primer asalto de la pandemia, también lo es que el presidente se ha convertido en la encarnación del puro cinismo, en un personaje capaz de decir sin inmutarse hoy una cosa y mañana justo la contraria, preocupado exclusivamente por aguantar en el corto plazo, y dispuesto a entregar a Iglesias el poder de decidir qué se hace, cuando, cómo y con qué aliados. Más que aleccionar a la derecha por sus errores -que han empujado el crecimiento de un partido como Vox- Sánchez haría bien en cuestionarse cuanto han hecho él, los socialistas y Podemos, para que una ultraderecha que en España no existía desde la Transición, se haya convertido hoy en la tercera fuerza política del país. Desde luego, no van a reconocer ni los socialistas ni sus socios que la radicalización del PSOE, el rechazo a cualquier entendimiento por el centro, y la política de crispación y frentismo sobre símbolos y muertos sepultados bajo losas de hormigón, algo han contribuido a alentar a esa derecha ultramontana que es hoy la mejor garantía de que no exista una alternativa democrática al acuerdo del PSOE con la izquierda radical e independentista.

Sánchez tiene razón cuando acusa a la derecha de no tener rumbo, ni mucho futuro si no se pone de acuerdo, pero a él le viene muy requetebién que Vox lastre las posibilidades del PP, incluso que hipoteque sus opciones para lograr un gobierno homologable por las democracias europeas. Y también le favorece que Ciudadanos -ese partido que era para los socialistas la encarnación de ¡sorpresa! también la ultraderecha, y eso cuando Vox no había asonado aún ni el hocico- no acabe de decidir a quién presta el alma de su decena de diputados. A Sánchez y a Podemos les interesa -y mucho- este preciso mapa político, con una derecha montaraz que ha contaminado de tetosterona a la derechita cobarde, y una minúscula derecha centrista que juega a ser la arrimada a todos y al final no serlo de nadie.

Con estos mimbres, Sánchez puede seguir pidiendo unidad, consenso y concordia, mientras su vicepresidente se comporta cual gamberro en Comisión, se inventa cloacas para tapar sus asuntillos, y señala como golpista a un partido que representa a más de tres millones y medio de ciudadanos, más que toda la izquierda podemita junta.

Puede Sánchez pedir diálogo mientras Iglesias dinamita cualquier posibilidad de entendimiento en este país. Puede Sánchez exigir coherencia y limpieza mientras pacta con Bildu y Ciudadanos sin decírselo al otro. O puede jurar que él lo que quiere es gobernar para proteger a los que más lo necesitan, mientras aplica el presupuesto de Rajoy. O puede levantar su voz de estadista para pedir el compromiso de Europa con los españoles y su democracia, mientras aprovecha los poderes del estado de alarma y nos saquea el futuro, gastando sin control a golpe de decretos y viernes sociales.