El único de los protagonistas del brutal fichaje de Teresa Berástegui como viceconsejera de Turismo del Gobierno autónomo que ha hablado abiertamente del asunto ha sido, por supuesto, Casimiro Curbelo, porque hace tiempo descubrió que lo mejor es hablar siempre para restar gravedad a cualquier cosa, como el asesino del cuento de Poe puso la carta que lo inculpaba sobre su propio escritorio durante un registro policial. Porque, por supuesto, todo este enjuague inaudito, que en tiempos normales sería escandaloso, pero que ahora se antoja una obscena exhibición de desvergüenza, es una operación exclusivamente curbelista y ajena a cualquier cosa que no sean los intereses políticos del caudillo gomero. Supongo que no habrá que insistir en que la señora Berástegui no solo ignora palmariamente las complejidades del sector turístico canario, sino que carece de experiencia de gestión pública, y de la misma manera es superfluo recordar de nuevo que pasó en 24 horas de militar (y cobrar) en un partido liberal a anunciar su entrada (y cobrar más) en un gobierno del PSOE y Podemos al que Ciudadanos hace oposición en el Parlamento de Canarias. Berástegui tiene para Curbelo solo un valor instrumental.

El líder sorprendió en julio pasado proponiendo - nombrando de facto - a Yaiza Castilla como consejera de Turismo. Castilla ha demostrado solvencia, capacidad y responsabilidad hasta convertirse en una de las personalidades mejor valoradas del Gobierno. Pero los pecados originales del curbelismo - los que explican su capacidad de control electoral y esa media eternidad que lleva instalado en el poder - no serían ignorados mucho tiempo, y aprovechando la dimisión - digamos que inducida -- de Sergio Moreno Gil ha colocado a Berástegui, no para gestionar, sino para politiquear. La flamante viceconsejera descubrirá pronto que necesita asesores y quizás algún nuevo director general, sin excluir a militantes de Ciudadanos y exmilitantes del PSOE. Una tropa leal con soldada pública y adicta al líder de la ASG pensando -aunque no solo - en la circunscripción tinerfeña para las próximas elecciones autonómicas, que tal vez sean antes de la primavera de 2023.

Ese es uno de los vectores de la operación. El otro apunta al ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. Junto a Berástegui trabajaba como asesora, en el grupo parlamentario mixto, Evelyn Alonso, quien sustituirá al dimitido Juan Ramón Lazcano como concejal cuando se convoque el pleno municipal. Alonso votó contra Inés Arrimadas en el reciente congreso de Ciudadanos: su futuro en el partido parece escasamente prometedor. Curbelo le ha comunicado que estaría encantado de contar con ella en su consejería, pero si ya está ahí Teresa y todo, seríamos un gran equipo, y eso te garantizaría su independencia como concejal, apoyando a Patricia u optando por José Bermúdez. Ya se vería, pero en cualquiera de los casos yo solo exigiría (por el momento) la cabeza moruna de Julio Cruz. Nada más. La generosa oferta (y el recadito sobre Cruz, un agujero negro de odio sarraceno en el cosmos casimirista) la repitió de nuevo esta semana en una cafetería santacrucera entre risas, bromas y carantoñas.

El objetivo último es que en el ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife ocurra lo mismo que en el Parlamento de Canarias, es decir, que la olímpica voluntad de Casimiro Curbelo sea imprescindible para conformar una mayoría de gobierno. Una bisagra atravesada en los higadillos del PSOE y CC, que deberían empezar a considerar que, para sus respectivos intereses, el curbelismo es un recurso crecientemente problemático.