Eran tiempos de bohemia, de hedonismo sin control para hombres y mujeres libres. Le dijeron que así lo iba a tener difícil para llegar a su culmen profesional en el noble ejercicio de la jurisprudencia. No se veía vestido con la toga, pero se la puso; tampoco tenían muchas esperanzas de que continuara con la tradición familiar, pero por fastidiar un poco se preparó las oposiciones a juez. Mario no veía más allá de su cerveza y del filtro del cigarro. No le importaba porque tenía dinero y así todo es más fácil. Estudiaba cuando se aburría, sin necesidad de más responsabilidad que la de cumplir con los requisitos de esas universidades privadas que tanto te enseñan de mercantilismo. En su colegio, una mezcla entre el puritanismo de segunda mano del Opus y la falsedad de la jet set, conoció el bullying, el que se ejerce y el que se recibe, pero siempre tenía esa picaresca eterna que le hacía salir por la puerta grande. Lo tenía todo. Mario siempre decía que la profesión más antigua del mundo era la prostitución, pero lo curioso es que las primeras referencias la sitúan junto a la abogacía. No se cansaba de repetirlo. Su ejemplo a seguir era Cesare Beccaria, el filósofo y jurista italiano del siglo XVIII que inspiró el derecho penal moderno introduciendo racionalidad en la definición de los delitos y humanidad en la ejecución de las penas. Para él, "la sociedad tiene derecho a defenderse de los delincuentes con penas proporcionales que nunca deben alcanzar la privación de la vida". Dentro de su particular código deontológico tenía claro que él es un abogado cuya principal función es proteger a sus clientes de otros abogados. Cuando la soberbia te va absorbiendo, tiene que existir alguien que esté a tu lado para reconducir el camino. Eso le pasó a Mario el día que conoció a Rosalba, una estudiantes en prácticas que fue a parar a uno de los despachos más reputados de la isla. En su primera jornada le quedó claro que cobrar, lo que se dice cobrar, pues poco; pero no importaba si quieres hacerte hueco en un mundo tan competitivo. "Aquí somos tiburones, y debes tener cuidado que los más listos no se coman tu plato", explicaba. Defensa de corruptos, malversadores, testaferros y demás especies capaces de garantizar unos buenos euros a un despacho que se construía a base de reputación. Todo lo que me contó Rosalba pasó hace muchos años, y aunque parezca sorprendente, ella lo recuerda con cierta nostalgia, porque le sirvió para darse cuenta de la importancia de la ética y la dignidad en una profesión adulterada. Hoy, Rosalba se ha hecho un nombre en la carrera judicial y lo consiguió con tan solo 26 años. Sin embargo, la ahora jueza en prácticas, tras aprobar todos los exámenes en la convocatoria 2017-2018, evoca el papel de Mario en su vida: "Mi inspiración fue la de aquellos letrados que tenían como objetivo defender las causas justas independientemente de los poderes fácticos; Mario, antes de jubilarse, entendió que no todo es el dinero, y yo, me quedo con haberle aportado esa inexperiencia que se suple con la solidaridad". Hace unos días, tomando un café, Mario le preguntó cómo le iban las cosas: "Feliz, Mario; hago lo que me gusta sin necesidad de esperar que me valoren por mi coche o por mi apariencia". Él sonrió, ya había pagado la cuenta.