Durante el confinamiento, encierro obligado, algunas instituciones particularmente sensibles porque preservan la historia de los hombres y su conocimiento y comunicación han tenido que refugiarse en lo digital. Y lo digital ha visto incrementada su influencia, que ya era mucha. Nos referimos a los archivos, museos, bibliotecas y librerías. Los archivos desde el día 4 de mayo, las bibliotecas y librerías a partir del 11, los museos poco después, han visto permitida su reapertura. Muchos archivos no digitalizados aún son imprescindibles para que instituciones y empresas puedan desarrollar su función y las bibliotecas, las librerías o los museos lo son como tabla de salvación del saber y el placer, terapias benéficas ante la "pandemia".

Hoy cualquier investigador de la especialidad que sea, por poco avezado en esto de la informática que esté, se ve obligado a recurrir a bibliotecas y archivos que han digitalizado sus fondos, en todo o en parte. Cualquier ciudadano de a pie maneja buscadores, descarga libros y películas, realiza visitas virtuales a los museos o se enreda en las redes sociales; en definitiva, su información, formación y distracción, a veces incluso su sociabilidad, penden de la conexión a ese mundo que ha devenido en más real que el otro confinado de cada cual.

Pero no hay nada que sustituya el valor del documento original, la obra de arte o el libro impreso, porque en sí misma "la materia" que contiene el hecho documentado, representado o escrito, real o ficticio, es parte de la historia. Los libros y documentos que se digitalizan y ofrecen a los usuarios en red dejan de manipularse y aseguran la conservación de los originales, pero las joyas son los originales. Nuestra imagen en la pantalla puede amortiguar la ausencia, pero no nos sustituye.

La informática ha venido para quedarse, tal vez para gestionar más el oxímoron expandido de "la nueva normalidad". Ahora que se está avanzado a marchas forzadas en la gestión documental y el archivo electrónico, recordemos que hay lugares, museos, que custodian y muestran orgullosos los materiales en la que se plasmaron los conocimientos del ser humano: desde las tablillas cuneiformes, los papiros, los pergaminos o el papel; desde la cuña a la imprenta están los tesoros que guardan la acción humana escrita, complementada por las manifestaciones artísticas indisociables del proceso social.

En una de las escenas del apocalíptico mundo de Blade Runner 2049 se cuenta que un apagón digital dejó a los pobres terrícolas sin historia y entonces solo los documentos impresos anteriores fueron capaces de mantener la verdad, "alerta que nos tendría que hacer repensar y arbitrar mecanismos de control y seguridad en la asignación de metadatos y la seguridad de los documentos electrónicos que generamos". Y es que hasta lo que "hace humanos a los replicantes es la memoria de sus recuerdos". Los archivos son los mejores fedatarios de lo que somos por lo que fuimos.

Las bibliotecas, "templos del conocimiento" que da libertad, fueron durante periodos oscuros objetivos preferentes del ataque de los intransigentes totalitarismos, lo que demuestra su función de escudos contra la tiranía guardando y difundiendo las realizaciones y logros de una humanidad en progreso, aunque sea a trancas y barrancas. En "La vida de un esclavo norteamericano contada por él mismo", Frederick Douglass (1818-1895), un gran activista contra la esclavitud, que logró destacar como orador y remover conciencias, siendo un joven esclavo al que su ama quiso enseñar a leer, confiesa que su amo, al contrario, se lo prohibió porque creía de veras que "es peligroso enseñar a leer a un esclavo". Un negro no debería saber más que obedecer a su amo, pues la lectura hasta "a él mismo, no le hará ningún bien. Le hará descontento y desgraciado" pues le generará ilusiones que no podrá alcanzar. Si Douglass tenía un mínimo de razón -que la tenía- desde este mes, después de dos carentes de sitios con letras impresas ycon obras de arte, ahora abiertos somos más libres y podremos ser más sabios, aunque estemos más "descontentos y descontrolados".

Los libros liberan de la soledad o del abatimiento a quienes están esclavizados, y a los que, sin saberlo, o tal vez sí, son prisioneros de una existencia monótona. Christopher Morley (1890-1957) en su deliciosa novela La librería ambulante -el carromato lleno de libros que despertó el ansia aventurera de la señorita Helen McGill llevándola a recorrer caminos vendiendo ilusión a los granjeros del este norteamericano en inicios del siglo XX- hacía decir a su personaje que nadie sobre "la tierra tiene derecho a creerse un ser humano a menos que esté en posesión de un buen libro". Y naturalmente uno de los libros que vendía era El Quijote, el caballero creyente de que "el que lee mucho y anda mucho ve mucho y sabe mucho". Cierto vivir es leer, aunque sin olvidar andar, pelear, reencontrarnos, vivir€ Para eso aún falta algo.

Hasta esta apertura de ahora, durante dos eternos meses, museos, bibliotecas y librerías de siempre estuvieron confinados, pero no callados; han salido a las plazas de la red y allí han demostrado que seguían vivos y activos. Utilizando videoconferencias para los talleres literarios, recorridos guiados telemáticos, canales de youtube para programas de animación a la lectura o el arte, Whatsapp, Facebook, Twitter o Instagram para divulgar sus riquezas, se han mantenido erguidos, empeñados en alentar a los disconformes lectores y visitantes. Han promovido clubes de lectura, leído poemas o cuentos, recomendado libros, propiciaron buenos momentos en tiempos de infortunio; han incentivado la participación colectiva, el encuentro lector, inventando juegos y concursos para mantener ese lazo que se teje entorno a la cultura compartida que es parte importante de la vida. Hasta los centros más especializados se han atrevido a hacer sentir que estaban ahí, dando servicio, en la guardia poca o mucha, permitida por la circunstancia.

Ahora toca el tiempo del reencuentro en los archivos con los documentos, con el libro en el estante de la biblioteca o la librería, con la mirada atenta ante las obras de arte. Falta más, pero ya es algo.

[Christopher Morley. La librería ambulante. Editorial Periférica, 2012; Frederick Douglass. La vida de un esclavo americano escrita por el mismo. Capitán Swing Libros, 2010; María José Bádenas: Archivística de películas (acceso libre)]

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