He intentado centrarme en cada uno de mis ámbitos de investigación sociológica. He buscado respuestas en mis autores de referencia y he (vídeo) conversado largos ratos con mis más sabios amigos y familiares. He leído mucho en periódicos y redes sociales. Pero hay bastante desorden bajo el cielo y la situación no es excelente. Prácticamente todos los aspectos de nuestras vidas se han transformado en los últimos tres meses y se hace cada vez más necesario reordenar las ideas. El caos está justificado por un cambio social demasiado rápido, radical. Los atrevidos dibujan escenarios futuros, apocalípticos, optimistas y proféticos dependiendo del momento, un triste espejo que refleja las noticias diarias, tan divergentes, confusas y contradictorias sobre el propio virus.

En este contexto de incertidumbre, es prácticamente imposible hacer previsiones a largo plazo: un nuevo brote, un improvisado foco de contagio puede, en pocos días, derrumbar análisis detallados y finas elaboraciones matemáticas. Es por esta razón, que parece necesario mirar hacia atrás, y aprender a leer esta vieja normalidad que nos parece tan antigua y que ya recordamos con nostalgia infantil. La comprensión del mundo de ayer es determinante para entender las paradojas del presente. Todas las contradicciones que vivíamos, con ligera despreocupación y ansiedad latente, antes de febrero 2020, han marcado la gestión de la emergencia del coronavirus: la situación de hoy es consecuencia directa de estas contradicciones, o por lo menos, lo es el estado de confusión actual. Y no es una cuestión partidista, ni una cuestión nacional, ya que independientemente del color de los gobiernos, la gestión de la emergencia en los países de Occidente ha sido muy parecida; es una cuestión sistémica.

La paradoja del momento presente se materializa en un flujo múltiple de situaciones dramáticamente absurdas. Algunos ejemplos. Al empezar la crisis sanitaria, en el momento de máximo contagio y alarma, en muchos países europeos escaseaban EPI (equipos de protección individual, mascarillas, viseras etc.) y respiradores. Silenciosamente vimos individuos que autoproducían mascarillas en sus casas, fabricaban viseras con impresoras 3D y respiradores con máscaras de bucear. Y mientras tanto, plantas industriales con capacidad y medios para producirlas, cerradas. Por cuanto sea loable, lamentablemente, este individualismo colaborativo no ha sido y no es suficiente. Hemos respondido con viejas herramientas a una nueva situación. Además, de repente, nos dimos cuenta, que muchas empresas habían relocalizado la producción, lejos de aquí.

Al mismo tiempo, observamos de manera directa la debilidad de las organizaciones supranacionales (la Organización Mundial de la Salud, entre todas) y la gestión nacional de una emergencia global. Lamentablemente, las respuestas nacionales han sido y son insuficientes. Durante este tiempo, confinados en nuestras casas, desde Europa escuchábamos una vez más un debate ridículo y anacrónico sobre los coronabonos y lamentablemente, una vez más, se manifestaba la inconsistencia y el retraso del proceso de integración europea€

La comprensión crítica del mundo de ayer, de esta vieja normalidad donde se compartían selfis e interiorismo con filtros en las redes sociales, es ahora tremendamente urgente. En todos los escenarios planteados por intelectuales orgánicos o alternativos, optimistas o catastrofistas, tenemos que considerar las paradojas de nuestro pasado próximo. El error es mirar el presente con las gafas de la vieja normalidad, en vez de tratar de entender la vieja normalidad para tomar decisiones en el presente.

Si actuamos con las medidas de la vieja normalidad, probablemente la crisis económica y social, que ya está aquí (no es futuro), se llevará más de lo esperado. Es decir, si esperamos con fe casi religiosa a que el mercado lo solucione todo; o que lleguen hombres de negro a decirnos que todo ha sido solo culpa nuestra y que no hay alternativa€ En el cambio social, como sabemos, hay ganadores y perdedores; en este caso corremos el riesgo de perder muchos y mucho de lo que consideramos intocable: algo que no pensábamos podía ocurrir en nuestro jardín hace algunos meses. La prioridad es observar con atención la vieja normalidad y proponer nuevas soluciones económicas y sociales, con el objetivo mínimo de salvar nuestros derechos sociales y civiles, nuestro bienestar y nuestra libertad. Si no lo hacemos así, probablemente, no todo saldrá bien.

(*) Sociólogo y profesor de la Universidad Europea de Canarias