La historia de la vacuna de la polio puede ayudarnos a entender el reto que tenemos por delante. Esta enfermedad se cree que aparece al final del XIX con diferentes brotes en el XX coincidiendo con el calor. En 1916 mató a 6.000 personas en Nueva York, principalmente niños, con una letalidad del 25%. Otros muchos sobrevivieron con la parálisis infantil, pero algunos quedaron de por vida vinculados a un pulmón de acero, un respirador de la época. Pronto se supo que la causaba un virus pero no se conocía la forma de transmisión. El pánico llevó a cerrar salas de cine, piscinas, parques de atracciones y campamentos de verano. Cancelaron ferias y festivales largamente planeados. Los padres mantenían a los niños cerca de casa. Los que podían permitírselo huyeron del país o de la zona azotada.

Hoy sabemos que es un virus de transmisión feco-oral. Los infectados lo descargan en las heces que contaminan el agua de bebida o los alimentos. Cuando un lactante o bebé se infecta, prácticamente no sufre enfermedad y tras su contacto queda inmunizado de por vida. A medida que se cumplen años, la enfermedad es más agresiva. Entonces, como ahora, se estableció una carrera por encontrar una vacuna. Dos laboratorios en EE UU dieron con la solución con diferentes métodos. El de Salk diseñó una vacuna inyectable de virus muertos. El de Sabin una oral de virus atenuados. Comprobar su eficacia y seguridad era el siguiente paso.

La vacuna de Salk se probó con un ensayo clínico masivo en el que la mitad de los niños recibían una inyección con los virus muertos, la otra una de placebo. Era 1954. En 1955 se comunicó que la vacuna era eficaz y segura. En pocas horas el Gobierno aprobó su uso. Fue el pistoletazo de salida para empezar fabricarla de forma masiva con abundantes fondos de entidades privadas y del Gobierno. Pero un mes más tarde hubo que detener el programa. Se reportaron 6 casos de polio en vacunados. No se tardó en saber que un fabricante no había logrado matar completamente a los virus. En total por esta causa ocurrieron 200 casos y 12 muertes.

Con más seguridad se reanudó la fabricación y dispensación. Entonces el problema fue la reducida capacidad productiva y logística para vacunar a todos los niños. Aparece el mercado negro, médicos que cobraban inmensidades por la vacuna, medidas arbitrarias como la de fabricantes que ofrecían preferentemente la vacuna a sus accionistas y familias, grandes bolsas de no vacunados entre pobres, negros, indios, latinos y lo que se llama "basura blanca". Con el tiempo todo esto se fue corrigiendo.

La vacuna de Sabin, más interesante desde el punto de vista de la salud pública porque los virus inactivados que desprende con las heces el niño vacunado compiten con los otros y pueden inmunizar río abajo, se probó en Rusia con éxito y se aprobó años más tarde en EE UU. Es la que se usa en España.

Dos lecciones se pueden aprender de la experiencia. La primera la seguridad. No cabe duda de que los mecanismos de control de la producción de hoy día distan mucho de los de entonces. Pero tenemos ejemplos inquietantes de fabricación de medicamentos en países donde el coste laboral es bajo y las medidas de aseguramiento de la calidad ínfimas. Cuando se apruebe una, o varias vacunas, la necesidad de producción masiva a un coste tolerable probablemente obligue a acudir a fabricantes en esos países. Aprobación que confío en que no esté supeditada a la urgencia y sortee los mecanismos de control en los que se estudia su eficacia, tolerabilidad y efectos secundarios mediante ensayos clínicos bien diseñados y controlados y minuciosamente examinados.

La segunda es la disponibilidad. De una manera ingenua muchos confían en la vacuna para vencer al Sars-Covid-2. No sé si se dan cuenta de la magnitud de la empresa: vacunar a siete mil millones de personas, o al porcentaje necesario en cada comunidad para lograr la inmunidad de grupo. No solo habrá un problema con la disponibilidad de la vacuna, con su distribución y aplicación. Lo habrá con el coste. Desde luego, invertir en vacunar masivamente será un coste efectivo al compararlo con las consecuencias económicas y sociales de la pandemia. Pero, habrá que pagarlo. Negociar el precio con los fabricantes será una de las tareas más importantes de los gobiernos, o de las instituciones internacionales. Precisamente sobre estas, si tuvieran ascendencia y poder, debería recaer la responsabilidad de hacerla disponible en todos los países. Ellas deberían canalizar los fondos de ayuda de los gobiernos y de las fundaciones.

Llegará la vacuna y con ella, si no lo prevenimos, las desigualdades. Quizá podamos vacunar a todos en el mundo occidental. Mientras, en los países que nutren los ejércitos de emigrantes será difícil que todos accedan a la vacuna. Allí el virus seguirá causando destrozos en la vida y la economía. Y si ahora ya alzamos concertinas contra ellos cuando hambrientos llegan a nuestras puertas, qué haremos entonces.