La consejera de Educación, María José Guerra Palmero, adelantó ayer en la Cadena SER su dimisión, que acababa de comunicar a Ángel Víctor Torres, alegando razones personales. En realidad, el motivo de esta retirada que se veía venir ha sido evitar un probable cese en los próximos días, del que se hablaba en el entorno de Presidencia con cierta insistencia, prácticamente desde la salida del Gobierno de la consejera de Sanidad, María Teresa Cruz Oval, una decisión del presidente Torres sólo cuestionada en el Consejo por la propia Guerra Palmero. Desde aquella decisión, la confianza entre Torres y su catedrática de ética se había deteriorado y la consejera parecía aquejada de un evidente desinterés por los asuntos de su departamento. La desgana se hizo más patente según avanzaba la desescalada y Educación tuvo que activar las medidas para recuperar la docencia presencial. Desde el principio se manifestó una clara división de criterios, entre quienes asumieron incorporar lo presencial en los cursos con cambios de etapa educativa, y quienes eran partidarios de mantener sólo la docencia virtual hasta el próximo septiembre. Lo virtual no ha funcionado demasiado bien en Educación. En Canarias sigue existiendo muchos hogares sin conexión a la red, o con un solo ordenador, que a veces necesita para teletrabajar un miembro adulto de la familia, o que deben compartir dos o más niños escolarizados. Eso ha perjudicado a niños y jóvenes de familias con menos ingresos, y con menor capacidad de adaptación a lo digital.

La decisión de la consejera de endosar la decisión sobre la desescalada a los centros y profesores, y el rechazo general de padres, sindicatos y centros a ese lavarse las manos, precipitó el domingo la dimisión del director general de Ordenación Educativa, Gregorio Cabrera Déniz. El anuncio, conocido en redes sociales antes de ser comunicado oficialmente, evidenció el caos y la división interna en y acabó por provocar la caída de su ficha principal.

No ha sido una gran sorpresa: el presidente tenía prevista una próxima remodelación del Gobierno, para nombrar definitivamente al responsable de Sanidad. Se suponía que la remodelación habría incluido a Guerra Palmero, y por eso, lo que hizo la consejera fue adelantarse al cese, y evitarse el martirio de unas semanas de machaque en los medios, como le ocurrió a su colega Cruz Oval. María José Guerra es además funcionaria, y no una enchufada de ningún partido: no necesita de su sueldo de consejera para vivir. En una situación de confusión política, radicalización y grandes contradicciones, con una parte de los funcionarios instalados en la resistencia a volver a las clases presenciales, los sindicatos asirocados, los padres hartos de niños en casa y la acción de gobierno convertida en un camino de espinas, era previsible que la consejera moviera ficha antes de que lo hiciera el presidente Torres.

Pero ahora es Torres quien debe acelerar los cambios: la sustitución de Guerra Palmero por el consejero Valbuena no resuelve más que el problema de los equilibrios territoriales. Torres sigue con la receta que colocó a Julio Pérez al frente de Sanidad. Que el sustituto de una consejera tinerfeña sea de Tenerife. Pero eso no cambia los hechos: que los nombramientos en Sanidad y Educación no han funcionado, y que el ADN del Pacto de las flores, basado en cambiar políticas sanitarias, educativas y sociales de 25 años de Coalición Canaria, se desdibujan y resquebrajan.