Da igual si su uso es para no contagiar o para no ser contagiado. Ahora debemos usar todos nosotros las mascarillas en la vía pública, en espacios públicos o privados. Y serán solo los ojos los que sonrían y muestren las expresiones no verbales que acompañan a nuestras palabras. La riqueza de las miradas. Hemos de ser responsables con esta normativa: obedientes y responsables. Y la vida social irá reconstruyéndose progresivamente hacia la nueva normalidad entre mascarillas. Hoy en Canarias pasamos todas las islas a la segunda fase y los espacios recibirán al 50% de su aforo entre mascarillas. Poco a poco en este serio juego de vuelta a la normalidad.

Ver es la posibilidad y mirar es la acción positiva y voluntaria del verbo ver. No siempre miramos cuando vemos la realidad. No le prestamos atención. O nos hemos acostumbrado a su fisonomía y no nos llama la atención. La vemos pasar sin reconocerla para nosotros como especial. El samaritano de la parábola que contó Jesús sobre quienes pasaron de largo ante aquel herido al borde del camino es un ejemplo elocuente de lo que supone mirar o no mirar con el corazón. Porque todos los que pasaron a su lado vieron, pero solo el samaritano le miró con el corazón y se compadeció de él. Aun con mascarillas podemos seguir mirando. Y podemos echarle corazón a nuestras miradas para que la realizad cobre valor y sentido. Y, a pesar de la mascarilla podemos seguir mirando.

También podemos seguir oyendo aunque, en este caso pase lo mismo, que no es lo mismo oír que escuchar, esa forma activa que nos permite atender a los sonidos, sean musicales y agradables o sea el grito hiriente de la necesidad de ayuda. También podemos escuchar con el corazón o percibir sonidos que a penas no digan nada de la realidad que nos circunda. Las mascarillas nos permiten seguir escuchando.

La educación de los sentidos sería la clave. El entrenamiento de nuestra capacidad de percepción. La capacidad de interpretar la realidad de manera clara e inteligente. Vivir despiertos y no atolondrados por la indiferencia a lo que nos rodea. Solo la capacidad contemplativa nos ofrece la posibilidad de percibir la belleza de la realidad y nos ofrece la suerte de conmovernos ante ella. De dejarnos afectar por ella.

No hace una semana una persona joven se negó a participar en un acto comunitario por no someterse a la norma de estar en él con mascarilla. Indicó que lo hacía por un acto de rebeldía institucional porque no estaba de acuerdo con que nos obligaran a esta limitación y que alguien tendría que rebelarse a esta dictadura sanitaria. Respetamos su libertad y abandonó el recinto. Este tema me ha hecho pensar que pueden existir ámbitos en los que la rebelión en libertad no tenga siempre cabida. Uno puede manifestar desacuerdos cuando no ponga en riesgo a nadie con sus acciones. Y las mascarillas, aunque no estemos contagiados y estemos es un lugar en el que no haya, en principio, un riesgo presunto, es un acto de responsabilidad que hemos de reconocer, valorar y cumplir.

La libertad humana tiene solo el límite del bien ajeno. Yo no debo hacer todo lo que pueda hacer. Y siempre hay maneras de manifestar nuestros desacuerdos institucionales de manera que a otros no les afecte, al menos como lejana posibilidad.

Usemos la mirada y la escucha para dejar que la realidad nos conmueva. Seamos empáticos y sonriamos con los ojos. Pero pongámonos la mascarilla. Seamos responsables. Entre mascarillas anda el juego de volver a la normalidad.