El cuerpo es el escenario del yo. Primero aparece el cuerpo con su tronco, sus cuatro extremidades, su cabeza, y luego, poco a poco, va surgiendo el yo, lo que la familia celebra con grandes aspavientos. Cuando se le hace al bebé una gracia a la que responde con una sonrisa, ahí hay ya un poquito de yo. El yo se va manifestando a dosis. Sobre los dos años, por ejemplo, el yo es capaz de pronunciar algunas frases o algunas palabras sueltas a las que prestamos una atención desmesurada. Ocurre algo semejante a cuando vamos al zoo y al llegar a la jaula del tigre, para decepción de los niños, resulta que está vacía.

-Paciencia -les decimos-, se encontrará en el interior, ocupado en los quehaceres domésticos de los tigres.

Pero de repente asoma la cabeza y mostramos una alegría semejante a la que nos invade cuando aparece un fragmento del yo de los hijos. Significa que el yo es una construcción de la que sabemos cuándo empieza, pero no cuándo acaba. Hay gente que a los cuarenta años ya tiene un yo sólido, que sufrirá pocos cambios a lo largo de la vida. Hay personas, en cambio, que se pasan la existencia "yoyeando", en el sentido de que van de un yo a otro como si no se encontraran a gusto en ninguno.

Yo he "yoyeado" lo mío porque no me he gustado en ninguna de mis versiones. De adolescente, imitaba los yoes de los personajes de las películas y de las novelas, pero me rendía enseguida al comprobar que jamás alcanzaría su altura. No sé en qué punto de mi vejez comencé a "desyoyear", a irme, como el que dice. A veces, cuando me observo en el espejo, siento que mi rostro y mi cuerpo han sido el escenario de multitud de yoes, ninguno de los cuales llegó a cuajar del todo.

-No lograste ser nadie -me digo-, y ya no te queda tanto para salir de escena.

Salir de escena consistiría en abandonar el cuerpo. Eso es lo que me pregunto ahora, si primero sale el yo y luego se destruye el escenario o viceversa. Mi padre se fue yendo de su cuerpo poco a poco. Primero dejó de hablar, aunque fingía atender a lo que le decías y más tarde ni eso. Cuando lo visitaba, veía el escenario en el que había vivido, pero él ya no salía a saludar. La vida es teatro.