La salud ha de ser la prioridad, siempre; pero debemos preguntarnos cuál es la que hemos de perseguir, porque la física es necesaria, pero no suficiente. Dinero y amor son las otras dos cosas de las tres que hay en la vida, ya se sabe, y ambas contribuyen a reforzar la primera.

A lo largo de las últimas semanas hemos concentrado todo nuestro esfuerzo en protegernos de la enfermedad, y para ello nos hemos sometido a un confinamiento que comienza a amenazar otras esferas de la salud que necesitamos preservar como sociedad, y que son igualmente necesarias para que una vida merezca la pena ser vivida. Hemos iniciado el desconfinamiento, y con él empezamos a atrevernos a pedir más.

Como país, estamos alarmados por las consecuencias de la pandemia para la salud de nuestra economía, y todo sector productivo que se precie pide ayuda; como seres humanos, nos preocupamos de nuestra salud mental y emocional, y reclamamos recuperar el contacto con nuestros seres queridos. Dinero y amor.

No estamos locos; sabemos lo que queremos, dice otra canción. Y tampoco estamos solos: compartimos preocupaciones con los países de nuestro entorno. Sin embargo, nuestro orden de prioridades sí parece diferente: en nuestra estrategia de recuperación de la normalidad se antepone la vuelta del fútbol y la asistencia a las terrazas de bares y cafeterías a la apertura de los colegios. ¿Qué dice esto de todos nosotros como sociedad?

Hemos de afrontar un reto sin precedentes, y hemos de hacerlo a ciegas, aprendiendo sobre la marcha, por lo que algunas medidas que en su momento pudieron parecer oportunas resultaron ser inadecuadas, y viceversa. Esto no debe llevarnos a confundir el acertar con el saber. Acertar es fácil. Todos podemos hacerlo, incluso los que saben; pero es mucho más fácil aún no acertar. Saber es mucho más difícil; por eso se sabe poco, y son pocos los que realmente saben. Es a ellos a quienes corresponde evaluar cada situación y asesorar a los que han de acertar al tomar decisiones que repercuten en nuestro bienestar.

Ante una emergencia sanitaria, son los técnicos sanitarios los mejor cualificados para evaluar los riesgos que podemos asumir en cada momento. Pero la sanitaria no es la única emergencia, y existen otros agentes implicados cuya voz también ha de ser escuchada. A lo largo de los últimos días hemos visto como se matizaban las medidas inicialmente propuestas; como se relajaban los límites previamente establecidos; como los directamente afectados por las propuestas políticas hacían oír su voz para tratar de compatibilizar sus legítimos intereses de colectivo con los de la sociedad en su conjunto.

Representantes de trabajadores y empresarios, de hosteleros y comerciantes, de deportistas y clubes€ han alzado su voz cuando se han sentido maltratados o ignorados. Todos ellos pertenecen a los sectores de la industria, el comercio, la hostelería, el deporte, la cultura€ sectores que concentran nuestra atención porque nuestro presente depende de ellos. Pero si no alzamos la vista, estaremos comprometiendo nuestro futuro como sociedad. Evitarlo implica que también tengamos en cuenta a los que aún carecen de voz para hacerse oír, y más aún para hacerse escuchar: los niños.

Una vez conseguido que pudieran salir a pasear, parece que nos hemos quedado satisfechos. Pero los niños no son plantas: no basta con que les dé el aire y la luz del sol para que crezcan sanos y fuertes. También necesitan ocupar su lugar en el mundo, y ese lugar es el colegio. Hemos priorizado lo urgente, y ahora corremos el riesgo de olvidar lo importante. No se trata de los conocimientos que están dejando de adquirir, porque tiempo tendrán de volver sobre ello; se trata de no dejarlos de lado a la hora de afrontar la realidad que nos toca vivir ahora a todos, incluidos ellos; se trata de ayudarles a entender que forman parte de la sociedad y que, por lo tanto, también tienen un papel que jugar en ella; se trata de enseñarles que para vencer la adversidad es necesario saber adaptarse; se trata de que perciban que su formación merece que toda la sociedad se vuelque para proporcionársela y que, aunque no haya fútbol, sí hay clase; se trata, en definitiva, de no ahorrar esfuerzos y recursos donde ya deberíamos haber aprendido que no debemos hacerlo.

Los expertos en epidemiología son quienes han de analizar hasta dónde podemos llegar para evitar riesgos innecesarios. A partir de sus valoraciones se ha decidido que ya podemos interaccionar dentro de unos límites y realizar muchas de nuestras actividades cotidianas. Si todo va bien, se espera que dentro de un mes se levante el confinamiento y que, incluso, se permitan los viajes dentro del territorio de la UE. Sin embargo, los niños han de esperar a septiembre para volver a las aulas. Los expertos en educación llevan tiempo cuestionando el calendario escolar español porque consideran que tres meses fuera de las aulas es un tiempo excesivo, ¡y ahora pretendemos que estén seis!

Particularmente preocupante es el caso de los alumnos de sexto de Primaria. Si el paso de la infancia a la adolescencia es siempre difícil, ¿cómo van a afrontarlo unos niños que, sin haber terminado el colegio, tienen que empezar en el instituto? ¿Qué consecuencias puede tener esto en su desarrollo emocional? ¿Ellos no son merecedores también de algún tipo de consideración por parte de la sociedad?

Sabemos que en septiembre no será posible volver a la actividad escolar tal como la conocimos hasta ahora, y que habrá que hacer ajustes en el modelo. La cuestión es ¿no se puede hacer algo hasta entonces? Si hemos sido capaces de establecer turnos para asistir al trabajo y a pasear, de adaptar tiendas y bares, de pensar cómo será la vuelta a los locales de ocio nocturno y los viajes€ Si incluso estamos pensando en cómo organizar los campamentos de verano, ¿no vamos a ser capaces de repartir los 25 niños de cada grupo entre los 5 días de la semana para cuando concluyan las fases de desconfinamiento?

Los países de nuestro entorno sí contemplan la posibilidad de la vuelta a las aulas, y no podemos ser diferentes en esto. Debemos decidir qué tipo de país queremos ser, y establecer prioridades. Y si los adultos debemos limitar nuestros contactos sociales para que al ampliar los de nuestros niños se mantenga el nivel de riesgo considerado aceptable por los expertos, deberíamos barajar esta posibilidad, porque las sociedades que no anteponen la educación de los más jóvenes quedan rezagadas; porque únicamente priorizándola se logran los mayores niveles de bienestar.

(*) Profesora de

Economía Aplicada