El refranero popular dice que "éramos pocos y parió la abuela" para signi?car algo que llega o se produce de una manera muy inoportuna, que es precisamente lo que ha ocurrido con la actual crisis del petróleo. Nos ha caído encima al mismo tiempo que "el jodío virus". Las oscilaciones de precios son habituales en el mundo de la energía. En 1973 y en 1979 el planeta fue puesto de rodillas por una subida orquestada por los países productores de Oriente Medio que obligó a a racionar la gasolina y a restringir la circulación de coches. Personalmente recuerdo haber visto entonces gente a caballo y en bicicleta junto al Muro de Berlín. En otros casos los precios bajaron, como ocurrió en 1985, 1997 y, más recientemente, en 2014 cuando entraron en producción los campos de esquistos (shale) en los EEUU. Ahora han caído de golpe hasta la franja de los 20/30 dólares por barril como consecuencia de una disputa entre Rusia y Arabia Saudita. El resultado es que hay un exceso de oferta que se ha combinado con una anterior caída de la demanda por la desaceleración china y, que se ha agravado luego por el parón de actividad a escala mundial que ha traído el coronavirus. Entre ambos, virus y petróleo, nos han servido una tormenta perfecta que es distinta de todas las anteriores porque es a la vez de oferta (excesiva) y de demanda (muy escasa), y para salir harán falta esfuerzos coordinados de los principales productores de Oriente Medio, Rusia, EEUU y China. Y no está el ambiente entre ellos muy colaborador que digamos. Mientras, la gran bene?ciada es China, que está comprando gas y petróleo a precio de saldo en un momento en el que lo necesita.

Los cambios en los mercados de energía con frecuencia desencadenan también cambios en geopolítica, como muestra el caso de los países de Oriente Medio cuya importancia estratégica se multiplicó con el paso del carbón al petróleo. E igual ocurrió cuando el bajón de precios en 1985 complicó los esfuerzos de Gorbachov por introducir reformas graduales en la URSS, o cuando la autosu?ciencia energética de los EEUU en 2014 disminuyó su interés por Oriente Medio y por un petróleo que ya no necesitaba porque se había revertido la situación y podía exportar el de sus propios yacimientos. Ahora estamos ante otro cambio que sin duda también tendrá efectos geopolíticos porque afectará de manera desigual a muchos países. Por una parte aligerará la factura que pagamos los países consumidores, compensando algo los muchos daños que nos hace el Covid-19, pero por otra parte tendrá consecuencias muy graves para algunos de los productores que necesitan las ventas del petróleo a precios altos porque suponen un porcentaje altísimo de sus ingresos por exportaciones. Según el FMI, muchos de estos países no están en condiciones de equilibrar su presupuesto por debajo de los 40 dólares por barril. Rusia y Arabia Saudita, con más músculo ?nanciero, sufrirán también pero echarán mano de reservas para capear el temporal. En cambio, otros países como Ecuador, Angola, Irak, Nigeria o Argelia, nuestra vecina, lo van a pasar muy mal. Por no hablar de los que ya estaban con el agua al cuello por sufrir sanciones internacionales como es el caso de Irán y Venezuela, cuyas economías ya estaban al borde de la quiebra antes de que se derrumbara el precio del barril. Esta situación puede derivar en la desestabilización de algunos países por la irritación ciudadana que provocará la combinación de recortes en el nivel de vida, el ?n de subsidios, el aumento del desempleo, la insu?ciencia de fondos para servicios de Salud desbordados por la pandemia etc. El malestar puede provocar protestas y estallidos de violencia

que en el peor de los casos los pueden hacer totalmente disfuncionales, aumentado la nómina de estados fallidos que no convienen a nadie porque causan desastres humanitarios o se convierten en refugio de grupos terroristas. Esta combinación de la crisis del petróleo y del coronavirus ha puesto de repente a estos países débiles ante el espejo de lo que va a ser la transición energética y un mundo sin combustibles fósiles, y lo que están viendo es que ese futuro va a ser muy duro para ellos si no toman medidas. Nicholas Mulder y Adam Tooze, dicen que su camino "es peligrosamente insostenible" porque no les basta con meter dinero (si lo consiguen) para tratar de reanimar un sector que ha dejado de ser competitivo, sino que tienen que diversi?car su economía porque si no lo hacen "la descarbonización se convertirá en receta para crisis sociales que afectarán a centenares de millones de personas. Si sus estados no son todavía frágiles, están condenados a serlo". Más claro, agua. Por eso no hace falta mucha imaginación para concluir que estos países productores de petróleo acabarán a corto plazo teniendo que pedir ayuda al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional y tendrán que acogerse también a las moratorias ofrecidas por el G-20, que para algunos de ellos tendrán que convertirse en cancelación pura y dura de deuda. Porque no la podrán pagar y las consecuencias serán aún peores si no se les ayuda. Lo que les ocurre muestra las vulnerabilidades derivadas de la "maldición del petróleo", que en nuestro caso y con todas las salvedades del caso podría ser la "maldición del turismo", especialmente grave en Baleares o Canarias. Es bueno tenerlo pero no lo es depender casi exclusivamente de él. Por eso, si utilizamos la crisis del Covid-19 para diversi?car nuestra economía demostraremos haber aprendido algo.