El alevoso homicidio del alcalde de Granadilla conmocionó no solo al casco histórico del municipio, también a todos los pagos, caseríos y barrios de la sureña localidad de Tenerife, pero sobre todo a Charco del Pino, donde se ejecutó tan terrible como espantoso crimen, que según va llegando la noticia de boca en boca a los oídos de los vecinos a partir de las siete de la mañana, los va sumiendo en una profunda consternación. Fue de madrugada cuando se encontró su cuerpo, horriblemente acuchillado, en el patio de su casa terrera, no habiendo suficientes palabras para expresar el estupor y vivísimo sentimiento de indignación que este sangriento y tenebroso drama ha producido en las personas honradas del municipio.

Un acto de vandalismo, como tantos otros, al que da aliento la impunidad de tanto crimen repetido, que va superando con creces a los terribles secuestradores y asesinos de los campos de Cuba, con una espantosa serie de tala de árboles, robos, incendios, pedreas y otras atrocidades de las que vienen siendo víctimas los honrados vecinos de Charco del Pino, harto desilusionados y desesperanzados de que sus males no tengan remedio, tanto que algunos preferirían vivir entre las hordas salvajes africanas antes que morar bajo la terrorífica presión de tanto malvado, no ocultando varios su preferencia por transportarse a cualquier punto del globo terráqueo donde vieran más garantizada su vida y propiedades.

Así, en estos o parecidos términos, dirige una carta un vecino de Charco del Pino al director del periódico El Memorándum, de la que se hace eco y publica el 28 de marzo de 1891 en su número 757 el periódico liberal-conservador La Opinión, con sede en la calle del Castillo, 36, de Santa Cruz de Tenerife, y su imprenta en el número 8 de la calle San Francisco.

Agresiones como esas a diversos cargos públicos llegaron a convertirse en algo muy frecuente durante la última década del siglo XIX en Canarias, actitud que persistió hasta bien entrado el siglo XX, y concretamente en Granadilla durante los años 1889 y 1890 se produjeron múltiples incendios intencionados y otros ataques, cebándose con las viviendas y propiedades de ciertos empleados corporativos, alcanzando la máxima alarma en marzo de 1891 con el asesinato en el patio de su casa del alcalde interino, el primer teniente de alcalde Laureano Martín Alonso, un caso por el que comparecieron ante la justicia cuatro hombres y dos mujeres, tal como publica Agustín Millares Cantero en la página 224 de su libro El cacique Fajardo asesinado (1896). Banderías a la greña en Lanzarote. A un pariente de Laureano, el propietario Gervasio Alonso, por poco lo matan en su propio domicilio dos individuos que le pegaron un tiro en la cabeza y apuñalaron en su cara y una mano, de lo que fueron sobreseídos provisionalmente, los mismos agresores que luego estuvieron incursos en la causa del asesinato de Laureano Martín.

Éste venía siendo blanco de atentados como una pedrea en las ventanas de su casa, o el incendio nocturno del portón, reducido a cenizas, hasta acabar con su vida, la de un ciudadano considerado noble, honrado y verdadero y esforzado patricio, que como autoridad era inflexible en el cumplimiento del deber, habiendo emprendido una cruzada contra las corruptelas y abusos en Charco del Pino, donde se ganó las simpatías de los vecinos amantes del orden, mejorando los caminos y calles de la aldea y combatiendo el funesto caciquismo.

Desde La Orotava vino el juez de Instrucción acompañado del escribano Juan del Castillo, permaneciendo tres días practicando diligencias, tras las que regresó con un preso, corriendo la autopsia a cargo del reputado médico cirujano José Jordán, asistido del médico titular y juez municipal de San Miguel de Abona, Luciano Alfonso Mejías (1863-1920), propietario y exportador agrícola, pionero del cultivo del tomate y de los aprovechamientos de agua, el mayor contribuyente del municipio, según el cronista del Sur tinerfeño Octavio Rodríguez Delgado.

Así que, tras ser advertido de esta macabra historia por Jesús García, que además de gerente de la Asociación Cultural Pinolere, rescata documentos periodísticos antiguos como el que nos ocupa y me ha enviado, pienso que no es cierto aquello de que "cualquier tiempo pasado fuera mejor".