La moda nos devora a pasos agigantados. Es tan salvaje que prima la estética a la seguridad, porque es mejor que la mascarilla haga juego con los zapatos, el cinto o el bolso, que evitar contagiarte. Supuestos influencers de Canarias anunciando con brío y entusiasmo en redes sociales lo guapos y guapas que lucen con las nuevas mascarillas de tela adaptadas al ego de cada uno. Mascarillas personalizadas que han presentado prestigiosas marcas de moda como Off-White, Louis Vuitton, Gucci, Futurewear, Fendi o Antisocial Club para explotar el negocio del coronavirus. Hasta geles alcohólicos customizados para colocar sobre la mesa, porque ya que se gastan el dinero, por lo menos presumir. Una estupidez desde la libertad de elegir. Es una realidad que el mercado no sanitario ha aprovechado para sacar rédito, consciente de la necesidad de la sociedad de estar a la moda hasta en circunstancias tan excepcionales como las que vivimos. En la calle Serrano de Madrid, la aristocracia se paseaba con mascarillas de lujo y guantes de piel de una potente marca española que ha tenido que multiplicar la producción para dar salida a la demanda de unos artículos con un precio de mercado de 70 euros. Hasta este grado de necedad somos capaces de llegar. El ímpetu consumista saca lo mejor de nosotros, la sociología de la simpleza. En la reciente celebración de la Paris Fashion Week el esperpéntico desfile no dejó a nadie indiferente en un espectáculo de frivolidad que asustaba a cualquiera. La fashionista e influencer de moda israelí Nicole Raidman fue una de las asistentes que más llamó la atención por su peculiar vestuario, aderezado con una máscara negra, visera, guantes, botas y traje completo del mismo tejido usado en los trajes de los hospitales. Según los últimos datos de la Federación de Distribuidores Farmacéuticos (Fedifar), el brote del coronavirus ha disparado la venta de productos sanitarios en España, donde la demanda de las mascarillas ha aumentado en un 10.000% respecto a enero del año pasado, como es lógico y razonable para evitar contagios. Pero también, el incremento de las mascarillas de la ostentación y el boato. Por ejemplo, el diseñador y director creativo de Off-White y Louis Vuitton, Virgil Abloh, fue uno de los responsables de crear estas mascarillas tan demandadas y cotizadas en el escaparate más cool. Sus diseños continúan, a día de hoy, causando sensación entre las celebrities. Su precio es de 100 euros y sigue subiendo. La marca Fendi tampoco se ha quedado atrás y también ha lanzado sus propios diseños de mascarillas de lujo por unos 200 euros, con varios modelos de tela con el monograma de la marca en terciopelo negro (datos del periódico El Norte de Catilla). La doctora en filosofía y profesora de sociología de la moda en IADE, Laura Suárez, explicaba el otro día en El País que "las mascarillas cumplirán una doble función: de protección, orientada a salvaguardar a los individuos de los riesgos del contagio, y de proyección, destinada a expresar la identidad y el estilo de las personas. Es inevitable que, al convertirse en elemento delineador de nuestra apariencia, muchas personas opten por glamurizarlas y adaptarlas al relato asociado a su personalidad". Otra oda al consumismo para justificar una bobería como un templo. Oportunistas disfrazados de altruistas.