Román Rodríguez salió con Torres a explicar la reunión con cara de entierro. Extraño, cuando -según dijeron- Madrid 'por fin' había entendido nuestras cuitas y autorizado gastar el déficit. Pero es que la reunión con la Montero no fue como nos contaron.

Román perseguía lograr en ese encuentro tres objetivos: el primero, la autorización de la ministra para gastar el superávit del Gobierno y los remanentes, 587 millones de los cabildos, según Curbelo, y alrededor de 2.700 de los ayuntamientos, porque Román -nada más hacerse con Hacienda- utilizó 1.500 millones del superávit para pagar deuda, dejando la bolsa entre 320 y 380 millones. Quería usar esa pasta para amortiguar el impacto de una durísima reducción de los ingresos por impuestos REF en el segundo trimestre, del 54 por ciento. Nada menos. Se buscaba también el compromiso de permitir el endeudamiento a la única región que puede endeudarse -esa es la madre del cordero- para que Román no tenga que inventarse más pólizas de crédito a fin de año, que nadie sabe cómo van a pagarse. Y por último se quería mejor trato para Canarias en el reparto del fondo para las autonomías, 16.000 kilos financiados con deuda del Estado, de los que nos darán si acaso 600 millones. Una filfa.

Tras el despiporre del pacto por la recuperación que Torres se sacó de la manga (ahora el Gobierno tiene dos planes, el de Torres y Olivera, un buen economista que se maneja no demasiado bien con los Presupuestos, y el de Román, por 4.000 millones más), Román solicitó el encuentro con Montero esperando que la ministra (creía tenerla en el bote) le autorizara a emitir deuda masiva, de acuerdo con el plan que manejan él y su equipo, que es moverse en torno al 20 por ciento del PIB corregido tras la debacle, más o menos unos 7.000 millones con los que Canarias podría sostener los servicios públicos y empujar la recuperación en lo que queda de año y durante el próximo. 7.000 millones a devolver en una década parece algo asumible por el Gobierno, si a partir de 2022 -gracias a ese chute extraordinario- la economía canaria logra volver a velocidad de crucero.

Pero el Gobierno Sánchez tiene otros planes: su operación no es un tratamiento especial para Canarias, sino altramuces para todos, con la bendición del resto de las regiones: ninguna -excepto Canarias- está en condiciones de colocar deuda. Por eso la ha emitido el Gobierno de España, una cantidad ridícula, eso sí, para afrontar la que nos va a caer. Pero el reparto de calderilla le ha alegrado a todos el día, menos a Román. Torres dice que habla con frecuencia con Sánchez, y debe ser cierto: es probable que se oliera la tostada -no sabe mucho de presupuestos el presidente canario, pero tiene olfato-, y decidió entrometerse en la reunión entre la ministra y su vice. Román tuvo que apartarse. El resultado es una promesa bien gitana de estudiar la reivindicación canaria sobre el reparto de los millones del fondo, y un absoluto silencio sobre el uso de los millones del remanente de cabildos y ayuntamientos (se va a liar, algunos ayuntamientos no tienen ni para pagar la nómina de junio, por eso se ha inventado Torres lo de repartirles los millones del superavit canario).

Respuesta cero, igualmente, al gran proyecto visionario de Román, permitir que Canarias se endeude masivamente, gaste en Sanidad, prepare los colegios para la avalancha de octubre, reparta subsidios y contrate a miles de personas. Un plan arriesgado para el futuro, el de Román, pero probablemente el único que puede evitar la hecatombe a la que vamos de cabeza. Han chocado dos formas de hacer política, la de un apostador decidido a resolver el problema ahora y dejar que paguen los que vengan detrás, y la de un señor disciplinado y obediente, que al final se ha sumado a la operación de marketing político de su señorito Sánchez.

Con estos mimbres, a ver qué presupuesto puede hacer Román para el 2022. Así está el patio: que Dios nos coja a todos confesados.