Un minuto después de finalizar mis tres horas de clase acabé sentado en el coche pensando en cómo había ido todo. Estaba tan mentalmente diluido que terminé en un centro comercial almorzando y comprando un reloj Swatch que dios sabe dónde está. Eso debió acontecer por el año dos mil siete y fue mi primera vez desde el otro lado. Los toros siempre se veían asequibles desde el burladero; por fin interioricé la cita. Mi otrora aula de alumno ahora era inversa en su perspectiva. Lo cierto es que ya van para quince años de docencia universitaria y mi "rómpase en caso de emergencia" es un "eish? que vosotros -la dirección- sois los que me pedisteis venir". Hacha para escapar cuando todo se queme y ya veo conatos educativos que me incitan a la huida. Tú tienes el perfil -me dijeron- aún no sé cuál.

El retrovisor del tiempo me muestra un progresivo empobrecimiento intelectual del alumnado. Curva especialmente excitada en lo negativo en estos tres últimos cursos académicos. Salvo honrosas excepciones y cuya mitad suele ser criolla pues llega del otro lado del gran mar atlántico, nos deja muy mal. La hornada está cruda. Me encuentro con criaturas que tienen serios problemas de capacidad lectora cuyas síntesis son infantiles, huérfanas de estructura y sazonadas con una riada de pimientas ortográficas que te hacen sangrar los ojos.

[Yo] no soy un ejemplo de nada. De humanidades, repetí tres institutos por buen comportamiento y acabé doctorándome en una carrera de ciencias. Y quizás la pérdida de esa universalidad sea el primer tiro en el pie que se ha dado nuestro sistema educativo. Una especialización tan necesaria como ficticia que amputa el conocimiento general en pos de esa gran mentira llamada 'es que yo soy de ciencias y por eso tengo faltas de ortografía'. Razonamiento que me han esgrimido no pocos alumnos a los que he pedido explicaciones por una pandemia de faltas en un examen de cuarto de carrera. La universidad se ha vuelto endogámica. Se ha convertido en un monstruo burocrático. Una máquina de esgrimir títulos con frecuencia no respaldados en conocimiento. Una empanadilla cruda o la ejemplificación de que el papel lo aguanta todo. Se vive una estafa universitaria en forma de inflación de diplomas. Se ha vuelto barata la relación esfuerzo/título.

Una de las mayores mentiras de nuestro sistema es conceder un grado medio en lengua inglesa al alumnado por el simple hecho de matricularse. Volvemos al servicio militar: ¿valor?, se le presume. Alguien que no tiene un dominio mínimo sobre su lengua materna difícilmente podrá tener un avance satisfactorio en un segundo idioma. [Yo] que soy un simple asociado y que mi gloria se puede leer en los WC de la facultad escrita en lindos versos dedicados a mi persona y madre, le pregunté, incorporándome sobre la mesa y con El lago de los cisnes de hilo musical, al señor inspector jefe de la Universidad de? ¿Por qué la universidad no hace un test B2 para verificar el acceso del alumnado previo a matricularse?; no se preocupe, ya se lo respondo yo, porqué quizás sólo cobraría la mitad de las matrículas ergo al sistema solo le importa hacer caja. Se llama endogamia académica. Una pústula de despachos viejos cuyos reyezuelos de departamentos buscan atornillar su jubilación a costa de planes de estudio anacrónicos y ortopédicos de cara a la realidad.

La factura, las dos, la paga un alumnado que de por sí ya llega en una precariedad intelectual alarmante y se topa con unos planes educativos con frecuencia ajenos a la realidad.

Esta peste china ha destapado la última navaja suiza del sistema educativo en forma de enseñanza digital y sus promesas de aprobados generales para contentar al rebaño. La ESO y su pupitre digital son el Titanic y la ministra de educación Celaá mantiene la orquesta de fondo viva. Eso sí, sus hijas van al Colegio Bienaventurada Virgen María-Irlandesas. Un elitista centro católico. El progre no es tonto, amoral sí. La digitalización es una herramienta poderosa en manos de quien se forjó en los libros, los apuntes y el pico y pala de escribir a mano. En contraste, un pollo sin cabeza y orgía del plagio en la generación ESO. Adictos a copiar y pegar sin pararse a pensar lo que hacen.

Este año he tocado fondo. Mi Jardín de las delicias ofrece buscadores de ñ en un English dictionary; alumnos que me han sugerido entregarme la tarea en WhatsApp? "mire, en cuarto de carrera ya no hay ni tarea ni recreo?"; cabezas que no saben quién escribió Guerra y Paz o quién fue Galdós. Carencias acuciantes de conocimientos geográfico-históricos básicos, o un léxico tan infantil como pobre son su bagaje. Caras de pánico al escuchar la prohibición total de dispositivos electrónicos en clase o quejas por llevar una hora copiando de una pizarra. Rostros convulsos rezando por el descanso para asir el móvil que rige sus vidas. Gente que en muchos casos tiene serios problemas para escribir con fluidez o entender lo que ha leído por lo que ya hacerlo en un segundo idioma es una quimera. Sobredosis de derechos esgrimidos en una ortopedia verbal sonrojante o falta de maneras a la hora de sentarse en un pupitre; lo peor es que eso se mamó en casa.

Una promoción sintetizada en la dependencia total y absoluta de un teclado digital sin el cual son auténticos inválidos mentales ajenos a la capacidad de memorizar, redactar o argumentar. Alienígenas que acuden a una biblioteca con un portátil en el que buscan los libros que en el estante languidecen. España se hunde en muchas facetas y una de ellas es la educación y la formación de generaciones que sin duda mejoran a las anteriores en su pobreza intelectual.