Se publicaba el otro día en la prensa germana con motivo del 75 aniversario de la liberación del país del nazismo un llamamiento en rechazo de "la cultura de la violencia" y a favor de una nueva "cultura de la paz".

Me acordé de pronto de mis tiempos de corresponsal en la entonces capital de la RFA, a comienzos de los años ochenta, cuando se celebraron masivas manifestaciones contra el estacionamiento en ese país de los misiles Pershing norteamericanos en respuesta a los SS-20 soviéticos.

He visto al pie de ese nuevo llamamiento algunos nombres de intelectuales, artistas y políticos que participaron entonces en las marchas por la paz, y he pensado no sin nostalgia en aquellos años de juvenil fervor pacifista.

"Setenta y cinco años después de la Segunda Guerra Mundial, la paz se ve de nuevo amenazada. Incluso en Europa es frágil. Ha crecido la inseguridad, a la que se suman las amenazas globales", rezaba el nuevo llamamiento pacifista.

Denunciaban los firmantes las "divisiones sociales cada vez más profundas", la "crisis climática por la acción del hombre", "la lucha por las materias primas", o el intento de los "nacionalistas de aprovechar la inseguridad general para su infame propaganda".

"¡Decimos "no" al aumento del gasto militar! ¡Decimos sí al desarme y no al rearme!", terminaba el escrito, que hacía un llamamiento en pro de una nueva "política de distensión", como la que se intentó en plena Guerra Fría.

En los ochenta, el rearme de la OTAN precipitó la caída del socialdemócrata Helmut Schmidt, que, antes de perder una moción de confianza y ser sustituido en la cancillería por el cristianodemócrata Helmut Kohl, logró que la OTAN aprobara la instalación en el corazón de Europa de los Pershing II norteamericanos.

Ello obligó, es cierto, a la URSS, rejuvenecida con la llegada al Kremlin de Mijail Gorbachov, a negociar con el presidente de EEUU Ronald Reagan un tratado para la eliminación de todos los misiles nucleares de alcance medio, que venció el año pasado y no ha sido renovado por culpa de la nueva Guerra Fría entre Moscú y Washington y con el pretexto, aducido por ambas potencias, de que no incluía a China.

Ahora, como a finales de los setenta y comienzos de los ochenta del siglo pasado, el partido socialdemócrata alemán vuelve a estar dividido entre los partidarios del desarme y de la entente con la vecina Rusia y quienes quieren que Alemania siga anclada firmemente en la Alianza Atlántica por mucha repugnancia que les produzca la actual Casa Blanca.

La nueva dirección bicéfala del SPD, fuertemente influida, a lo que parece, por el líder de los Jusos (Jóvenes socialistas), cree que Alemania debería renunciar a las armas nucleares norteamericanas que tiene todavía en su territorio y apostar como entonces por el desarme.

Los atlantistas, alentados por la prensa conservadora o liberal como el semanario Die Zeit, advierten del peligro de que Berlín opte una vez más seguir un camino propio en materia de defensa, lo que acabaría en neutralidad y sería el fin de la OTAN.

El precio que terminaría pagando el país, de optar por la independencia sería muy elevado, argumenta en Die Zeit el veterano periodista Theo Sommer, si se compara con lo que costarán treinta nuevos cazas F-18 -precio por unidad: 70 millones de dólares- para reemplazar a los viejos Tornados y que serían los encargados de transportar las bombas nucleares de la OTAN en caso de guerra con Rusia.

Alemania está presente en el comité de planificación de la OTAN, que es quien decide los blancos y las reglas de intervención, y bastaría el veto de Berlín a su empleo para que las bombas nucleares de EEUU siguiesen en tierra, argumenta ese atlantista.

Difícilmente se arriesgarían los rusos a un conflicto nuclear porque saben que si atacasen a las tropas norteamericanas en suelo germano y destruyesen el armamento nuclear allí guardado, EEUU podría responder con todo su arsenal estratégico.

Otra opción sería que Berlín y París llegasen a un acuerdo que colocase a Alemania bajo el escudo protector del país vecino, pero para ello Francia tendría que trasladar parte de su arsenal nuclear a territorio germano. ¿Y tendría además la force de frappe francesa el mismo poder de disuasión que el arsenal estratégico norteamericano?

El diario conservador Frankfurter Allgemeine Zeitung argumenta que la desconfianza de los socialdemócratas alemanes hacia EEUU y la OTAN es un dejà vu y se pregunta si el rumbo pacifista adoptado por su nueva dirección parlamentaria pretende allanar el camino para futuras alianzas con Die Linke, el partido a su izquierda. El desarme sigue pareciendo en Alemania, como en otras partes, cosa de "idealistas".