Entre los nombramientos gubernamentales del verano pasado uno de los más sorprendentes fue el de María José Guerra Palmero como consejera de Educación y Cultura. La decisión de Ángel Víctor Torres causó cierto malestar entre algunos sectores del PSOE canario. Los socialistas siempre han considerado como prioritario, en razón de su propia cultura política y de sus objetivos programáticos, asumir la gestión del sistema educativo, y uno de sus secretarios generales, José Miguel Pérez, sumó en la legislatura 2011-2015 a su vicepresidencia, precisamente, la Consejería de Educación. Todavía es difícil averiguar lo que llevó a Guerra Palmero al Gobierno autonómico. No se le conoce militancia partidista ni participación directa en espacios políticos, aunque obviamente su inclinación ideológica está clara: es una feminista -y teórica del feminismo- y tal vez, más precisamente, una ecofeminista. Aunque en su momento insistió en que fue la primera sorprendida por su designación, lo cierto es que Guerra Palmero supo perfectamente que su nombre era propuesto desde ciertos despachos madrileños al flamante presidente Torres, al que se insistió que la profesora otorgaba al cargo una pátina de prestigio intelectual. Y el presidente aceptó. Para completar la irritación socialista, como viceconsejero de Cultura se nombró a Juan Márquez, militante de Podemos, así que se colocó como viceconsejera de Educación a una experimentada docente y leal militante del PSOE, María Dolores Rodríguez, como compensación socialista. No ha servido absolutamente para nada.

Desde el principio la gestión de Guerra Palmero ha sido decepcionante, y el camino de la decepción, la pachorra y la torpeza ha terminado condiciendo -bajo el impacto de la pandemia- hasta el caos. A la profesora Guerra Palmero le encanta hablar, porque le encanta oírse, y no puede dudarse de su capacidad retórica para expresar buenos deseos, no salirse del tiesto progresista y sintetizar naderías con efecto narcotizante, pero en las últimas semanas ha desaparecido en combate. Empezó practicando una discreta pero implacable limpieza de todo técnico y funcionario que hubiera cometido la grosería de asumir alguna responsabilidad organizativa o programadora en los pasados gobiernos de Coalición Canaria. Ni siquiera persiguió a los sospechosos como es debido: a veces se les sustituyó y otras no. A continuación desmontó algunos programas docentes y decepcionó a los sindicatos y a los directores de centros por su escasa proclividad al diálogo y por no acercarse más al objetivo del 5% presupuestario para Educación. Problemas con los comedores escolares, con los libros de texto, con el servicio de transporte, con el déficit de profesores -a veces escandaloso- en varios ciclos normativos. Toda España se encontraba en estado de alarma, salvo Guerra Palmero y sus cuates. En abril se le exigió la publicación de los criterios para la evaluación y calificación de los contenidos en el curso escolar. Silencio. Que Madrid diga algo y ya hablamos. El pasado día 11 los centros escolares podrían y debían abrir para su limpieza y revisión a fin de poder realizar labores administrativas. La Consejería de Educación no remitió una miserable orden al respecto ni facilitó material de protección (mascarillas, guantes, gel) a los centros escolares. Frente a las incertidumbres del azote de la pandemia Guerra sigue en paz guarecida bajo su chatarrería verbal, sin proponer debates, ni ofrecer propuestas concretas a la comunidad comunicativa, ni asumir compromisos, demostrando que un catedrático no es necesariamente un gestor soportable y que mejor es no escuchar a quien te habla de educación canaria desde Madrid.