Como no hay mal que no traiga algún bien, el coronavirus está ejerciendo numerosos efectos benéficos. El más notable es el ahorro, que la gente con ingresos puede practicar al fin, con lo que eso supone para la buena marcha de las finanzas. Por desgracia, son multitud los que han caído en el paro y no podrán aprovechar tan favorable circunstancia. La causa de estas economías se entiende fácilmente. Al no haber dónde gastar, salvo el supermercado, la panadería, el kiosco y algunas tiendas y terrazas, tampoco hay la menor posibilidad de derrochar. Lo mismo ocurre con la gasolina, que ahora debiera estar a precio de ganga tras derrumbarse el del petróleo (aunque, misteriosamente, no sea así). Las limitaciones a la movilidad impuestas por la epidemia han privado a la población del uso del coche, circunstancia que a todas luces fomenta el ahorro. Otra cosa es que más adelante haya que gastar en la compra de baterías descargadas por falta de uso o en el arreglo de neumáticos que se estropean a fuerza de no dar vueltas. Pero ya cruzaremos ese puente cuando lleguemos a él. De todos estos beneficios nos informó en sus primeras comparecencias en la tele Pedro Sánchez. Ya en la semana inaugural del estado de alarma se congratuló de la bajada de un 80 por ciento en el consumo de queroseno, que es el combustible de los aviones. Nada más natural, si se tiene en cuenta que el tráfico aéreo se redujo a mínimos. Hay que ver el lado bueno de las cosas. A esa ventaja hay que añadir el muy notable descenso en la contaminación. Con los coches en el garaje y los aviones en el hangar, los españoles le hemos dado una tregua al medio ambiente. Por desgracia, las vacas, que también contaminan lo suyo, han seguido expeliendo gases a la atmósfera por su tubo de escape natural; pero es que tampoco se puede pedir todo. Más importante aún es que hayan bajado las cifras de delincuencia un 80 por ciento. Descendieron las infracciones de tráfico; pero también los robos, los atracos, la ocupación de pisos y casas, el tráfico de drogas y hasta los delitos de odio. Se conoce que no hay como tener a la gente en casa para que los cacos se queden sin trabajo por falta de clientela disponible. Cuestión distinta es que tal vez hayan aumentado las agresiones en el ámbito doméstico. Crecieron, eso sí, en un formidable porcentaje del 549%, los delitos de desobediencia a la autoridad; y ello a pesar de que España ha sido, según Google, el país más obediente de entre todos aquellos en los que la población fue sometida a arresto domiciliario. Siempre hay excepciones, ya se sabe. Queda claro que, a pesar de sus conocidos inconvenientes, la epidemia ha conseguido también que ahorremos más, estemos más seguros y mejore la calidad del medio ambiente. No se entiende muy bien de qué nos quejamos, salvo que sea por puro vicio.