Vamos saliendo ya del período de confinamiento, en el que hemos permanecido enclaustrados en el propio domicilio, a causa de la covid-19, ocupándonos de las tareas que la reclusión nos ha posibilitado y, en especial, las de orden intelectual.

A estas, después de la pandemia, seguirán dedicándose aquellos que las realizan habitualmente en la soledad de su lugar de trabajo, en silenciosa concentración, sometiendo a prueba a cada una de las palabras que componen los textos que tienen ante sí, obsesionados con ellas, como Flaubert. Me refiero a los lexicógrafos, los traductores, los redactores y los correctores.

En La Peste, de Albert Camus, novela emblemática de esta etapa en la que nos hallamos, Joseph Grand, el empleado del ayuntamiento, que buscaba con trabajo infinito las palabras que debía escribir en la obra literaria que traía entre manos, se pasaba noches y semanas enteras dándole vueltas a una conjunción. "En rigor, es fácil escoger entre 'mas' y 'pero'. Ya es más difícil optar entre 'mas' e 'y'. La dificultad aumenta entre 'pues' y 'porque'. Pero seguramente lo más difícil que existe es emplear bien 'cuyo", le decía Grand al doctor Rieux.

Y para poder navegar "a través del amplio mar de las palabras" existe, cual brújula, el diccionario, sentencia James Augustus Henry Murray en la fabulosa película Entre la razón y la locura, en la que son figuras principales Mel Gibson y Sean Penn. Una cinta que hay que ver saltem bis in anno, como suele decirse respecto a la visita a Roma o a los lugares de especial significación: por lo menos, dos veces al año. El asunto es la génesis del New English Dictionary, que hoy conocemos como Oxford English Dictionary.

En el centro Broadmoor, para enfermos mentales, el médico William Chester Minor, uno de los pacientes, ejerce portentosamente las labores de lexicógrafo, enviando centenares de fichas sobre la etimología, las referencias literarias y el significado de vocablos de la lengua inglesa al equipo que confecciona el diccionario en Oxford. Es admirable lo que logra realizar el intelecto humano aun encerrado en una celda cuando se deja llevar por el flujo de las palabras: "Puedo salir de este lugar volando sobre el lomo de los libros. He ido hasta el fin del mundo con las alas de las palabras".

La historia de James A. H. Murray y de William C. Minor puede leerse en la obra de Simon Winchester que lleva por título El profesor y el loco. Y los interesados en el apasionante mundo de la lexicografía encontrarán en La épica del diccionario, obra de Francisco M. Carriscondo Esquivel, catedrático de Lengua Española en la Universidad de Málaga, una descripción muy bien documentada y magníficamente escrita acerca de las vicisitudes y de la vida silenciosa, ordenada y anónima de grandes lexicógrafos.

Personalmente, me precio de haber leído el Diccionario de la Lengua Española, en la vigésima segunda edición de la Real Academia Española, entero. De la "A" a la "Z". Palabra por palabra. Todas las acepciones. Tengo señaladas con distintos colores las voces que pertenecen a los campos del cristianismo, judaísmo y otras confesiones religiosas. En los márgenes figuran anotadas palabras del ámbito religioso que están en uso y no aparecen aún registradas en el diccionario.

No me he visto constreñido a sacrificar nada para hacerlo, aunque lo he realizado en horas en las que podría haber estado durmiendo, pues reconozco que siempre que me sumerjo en el mundo fascinante de las palabras, recopiladas en el diccionario, gozo extensamente de la hermosura del logos, traigo a la conciencia realidades que hasta ese momento desconocía y creo adivinar, según voy incorporando palabras nuevas a mi universo lingüístico, cómo se sentía Adán en el paraíso cuando asignaba nombres a los seres vivientes y a las cosas.