Ayer por la mañana, a primera hora, se produjo un fallo en el Matrix Pandémico, la realidad virtual que los que nos tutelan y protegen han puesto en marcha para que durmamos toda la noche y -si tenemos el privilegio de un contrato laboral- ronquemos toda la siesta. El Gobierno de la nación -una expresión acuñada en la neolengua de la peste para incitar el patriotismo- ha decidido que se someterá a los viajeros procedentes del extranjero a quince días de aislamiento. En muchos países -por ejemplo, en el Reino Unido, nuestro principal cliente turístico- los que regresan de viaje deben someterse a una quincena de reclusión. Es un martillazo a una industria turística que ya estaba por los suelos pero a la que se habían dedicado sucesivos emplastes de mentiras piadosas. El presidente Ángel Víctor Torres anunciando que en junio abrirán los hoteles. La consejera de Turismo, Yaiza Castilla, blandiendo un pasaporte sanitario que atraerá a los guiris limpitos de virus como miel a las moscas. Ese señor de la patronal hotelera de cuyo nombre no consigo recordar, pero que parece un primo molto amorevole de Robert De Niro en Casino, y que prefiguró a Canarias como una feliz burbuja turística en un mundo arruinado por el coronavirus. Todas estas trémulas trolas se perderán como lágrimas en la lluvia. Es (casi) la hora de la verdad.

Están los ERTE, por supuesto. Hasta julio o, con una improbable prórroga, hasta septiembre (no tardaremos en escuchar que el Gobierno de la nación, para financiar los ERTE y el ingreso mínimo vital, necesita engullir los miles de millones de euros que gobiernos autónomos y ayuntamientos tienen en los bancos sin poder tocarlos). Esa otra ocurrencia, que los isleños se tomen vacaciones en casa, es otra memez considerable. La inmensa mayoría de los canarios no pasan sus vacaciones de verano fuera. Con una tasa de desempleo que superará el 40% de la población activa el consumo interior se reducirá aún más. El verano está turísticamente perdido, y quizás la primera mitad de la temporada de invierno, también. ¿Se puede hacer algo? Es posible. Si se consulta a los especialistas en economía turística -empezando por los canarios- se pueden espigar varias ideas que, necesariamente, demandan una amplia inversión pública (una suerte de keynesianismo turístico):

a) Un objetivo pendiente del turismo en Canarias consiste en fortalecer la cadena de valor del sector, y ese es al mismo tiempo uno de los retos de la recesión económica: no perder capital humano ni know how en toda esa cadena de actividades interdependientes. La potencia económica del turismo está en su capacidad de expandir los servicios multiplicando empresas y puestos de trabajo. Los ERTE en las plantillas de los hoteles están bien, pero resulta imprescindible un plan específico para la restauración y el comercio de las zonas turísticas con amplio respaldo financiero y administrativo. Para ya.

b) Revisar las relaciones entre el sector turístico y otros subsectores económicos. Si podemos meter nuestro dinero en nuestros problemas se deberían impulsar con más brío programas ya existentes y otros abandonados, como Crecer Juntos: aumentar la superficie agraria y su modernización, no para una utópica soberanía alimentaria, sino para fortalecer el sector primario, conservar paisaje y crear empleos al abrigo del turismo. Financiar proyectos de sostenibilidad medioambiental en la actividad turística.

C) Crear consorcios público-privados para la rehabilitación de las zonas turísticas envejecidas, dañadas u obsoletas. Con compromisos por ambas partes y objetivos a largo plazo.