Me paso los últimos días antes de la liberación o el preconfinamiento leyendo ensayos y artículos de Elías Serra Rafols, así que imagínense el seguimiento que hago de las miasmas políticas. Al parecer Canarias ha entrado en la fase uno hacia la recuperación del paraíso, lo que produce en muchos una suerte de orgullo patrio absolutamente incomprensible, tan grotesco como la adoración por el Teide o por el queso de Valsequillo. "Vamos avanzando hacia la normalidad", pontifican los majaderos que llevan semanas, semanas, proclamando lo bien que va todo, y que es cuestión de buena voluntad. Al menos es un eficaz mecanismo de distracción: mientras pensamos lo que podemos hacer o no podemos hacer nos distraemos de preguntar qué vamos a comer dentro de tres meses.

Deberíamos dejar de hablar de política. Ya estaba moribunda y el coronavirus ha terminado por aniquilarla, algo parecido que lo que pasa con el periodismo. Solo así se entiende que ERC le pida al Gobierno de Pedro Sánchez que se decida por ellos o por Ciudadanos después de que los independentistas catalanes votaran en contra de prolongar el estado de alarma. Es tan estúpido que agobia. Fueron ellos los que rompieron la unidad de voto y los diez escaños de Ciudadanos no bastan para completar una nueva mayoría. Por lo demás Ciudadanos no apoyará jamás un Gobierno con ministros de Podemos. Pero es exactamente igual. Todo, absolutamente todo, está mediatizado por la crisis sanitaria y su inmediata derivada, la recesión económica que está arruinando el país y que para algunas comunidades, como Canarias, supone un riesgo existencial, una impugnación a su viabilidad socioeconómica y, finalmente, política. La política, pues, ha desaparecido, y las Cortes que arrojaron las últimas elecciones no permiten un gobierno alternativo, salvo mediante un pacto entre PSOE y PP al que son alérgicos ambos actores. El Gobierno, por tanto, no puede caer, y en todo caso, su caída sería espantosa para todos. Si el Gobierno no puede caer, si en virtud de una situación de alarma gobierna casi por decreto ley, si no se reúnen las comisiones parlamentarias, si están atascados los juzgados, si se gestiona con presupuestos prorrogados o transformados en cuentas públicas de emergencia, si se espera con el corazón en la garganta lo que finalmente se decida en la Unión Europea, ¿no parece un poco arriesgado presuponer que todavía queda rastro de política?

Una muy conocida cafetería de Santa Cruz de Tenerife anunció a sus clientes sus condiciones de apertura para el lunes. Me las ha pasado un amigo. El aforo de la terraza se reducirá a la mitad, pero como máximo tu estancia durará 30 minutos, deberás llevar mascarilla y guantes, las mesas y sillas se desinfectarán después de cada servicio, las tazas y vasos serán de cartón, las cartas se consultarán en el móvil, el suelo del establecimiento se desinfectará cuatro veces al día, nada de periódicos, revistas ni libros, antes de sentarte deberás alzar ligeramente los pies para que te fumiguen rápidamente los zapatos, no podrán utilizar los baños públicos, un camarero vigilará la entrada y la salida de los clientes en el área reservada, anunciando a los que esperan que ha quedado una mesa libre, se prohíbe fumar aunque se esté al aire libre, si se tose reiteradamente deberá abandonar de inmediato la terraza y el cierre se adelanta hora y media al habitual. En resumen: esta oferta es a una terraza lo que la actual situación pública es a la política democrática.