El idioma no puede ser un impermeable pero tampoco un colador. Recuerdo la atinada y rotunda sentencia de Lázaro Carreter en el tiempo y espacio de la desescalada, cuando a la convulsión social, política y económica que castiga el planeta se incorporan, en todas las culturas, palabras inventadas o rescatadas para definir o, al menos pretenderlo, las nuevas situaciones a las que nos enfrentamos diariamente los desconcertados mortales.

La voz reina del acierto o del despropósito, la que titula la columna, ya tiene respuestas en el sur de Eurropa y uno llega a pensar, en la soledad del encierro, que, acaso e incluso con buena intención, al sentido cuasi heroico de escalar, la partícula negativa des le resta todos sus méritos. Y, además, si vemos las circunstancias y exigencias que implica desescalar para esta crisis creemos que devalúa seriamente la aspiración universal de acabar con la pesadilla del covid-19 y entrar en la normalidad que disfrutamos, o al menos tuvimos, hasta hace poco.

El asunto divide a quienes defienden la legitimidad de los vocablos creados por derivación o composición y quienes, modestamente, pensamos que los impulsores del término podían haberle dedicado más estudio y atención, sobre todo si pensamos que el español contiene más de noventa y tres mil palabras, incluida la quinta parte de aportación americana.

En paralelo con la discutida desescalada - y ya no va en cursiva - se desempolvó el confinamiento, bendecido de antiguo por la RAE y que define "la pena" por la que se obliga a vivir temporalmente en libertad en un lugar distinto al de su domicilio o residencia. En sentido contrario, y por igual camino que las metáforas de la alta montaña, va el desconfinamiento, con todas las posibilidades de aprobación por parte de los académicos más permisivos frente a la tímida oposición de los puristas.

A la vez adquirieron brillante presencia méritos como la valentía, la solidaridad, el orgullo nacional de quienes lucharon y luchan contra la pandemia y de quienes les aplaudieron y siguieron las duras reglas; e indeseable protagonismo patologías y vicios humanos - histeria, soberbia, hipocresía, egoísmos de toda índole, infamias y calumnias - nocivos y peligrosos siempre y en estas horas terribles, esencial y formalmente antipatrióticos.