La pandemia sin precedentes provocada por la Covid-19 a nivel mundial ha generado una crisis sanitaria nunca antes vista en la mayoría de países. Más allá de una crisis sanitaria, se vislumbra ya una crisis mucho más aguda y de mayor duración y, sobre todo, dotada de mayor impacto a medio y largo plazo: una recesión que no tiene parecido en la historia económica. Quizá lo más similar sería una crisis económica en período de guerra, pero, aun así, está lejos de parecerse en varios aspectos.

Es de notoriedad pública el hecho de que, hasta estas fechas, tanto la economía española como la europea en general van experimentar una caída de hasta un 5-6%, según los mejores escenarios, o de un 8-10%, según los peores. Lógicamente, nos preguntamos cuándo abrirán todos los sectores de la economía nacional e internacional y cuánto caerá el PIB este año, preguntas que a corto plazo suenan razonables, pero que a medio y largo plazo, no son tan relevantes. Para los economistas y los sociólogos hay algo más importante que vale la pena analizar: el cambio del comportamiento de los consumidores y otros agentes económicos y, posiblemente, un cambio de paradigma económico, procesos que ya comenzaron sin apenas notarlo.

Para analizar la evolución de la economía es importante prestar más atención a las tendencias y no a los datos en un determinado momento. Justamente la tendencia está dada por el comportamiento de todos nosotros, de nuestro optimismo y sobre todo de nuestros miedos, sensaciones que ahora están cambiando radicalmente.

Los consumidores se plantearán su nueva escala de necesidades, pensarán dos veces en el tipo de coche que se comprarán, en el modelo de teléfono o el destino del siguiente viaje. Es sabido que en tiempos de crisis crecen los ahorros y disminuyen los créditos a la población, lo que evidentemente, influenciará en el comportamiento del consumidor, ya que estaría menos dispuesto a gastar. Esto tiene efectos de larga duración en sectores como el turismo, un pilar de la economía española.

En el nuevo escenario, los productores nacionales y europeos se plantearán producir probablemente bienes esenciales (por ejemplo, mascarillas sanitarias y equipamiento médico, alimentos) y no tan esenciales (por ejemplo, textiles y electrónicos) en España, o en otro estado miembro de la Unión Europea, pero no en China u otros estados del sureste asiático en condiciones laborales de semiesclavitud.

Esto llevará a un incremento de los precios de venta de una serie de bienes accesibles hasta ahora al gran público, productos de mejor calidad que benefician a la economía nacional, lo que modificará más aún el comportamiento de los consumidores. Paralelamente, muchas empresas verán la oportunidad de reducir costes de producción realizando más home office y se volcarán más intensamente en la revolución digital, lo que producirá resultados positivos en cuestión de conciliación de la vida laboral con la familiar.

No sabemos aún si llegaremos al fin de la economía liberal tal y como la conocemos, pero, después de tal conmoción a nivel planetario, algo definitivamente va a cambiar y lo primero será el comportamiento de los consumidores. Después una nueva localización de actividades económicas a nivel mundial seguida de una revolución digital de los sistemas productivos. El sistema económico actual basado en la producción a escala mundial y en largas cadenas de proveedores está a punto de cambiarse, un camino lleno de incógnitas.

Y una última cosa: nunca en la historia de la humanidad un fenómeno económico o social quedó sin consecuencias políticas. Sin ir más lejos, las libertades comerciales en la Unión Europea trajeron la paz, mientras que las barreras han favorecido rivalidades políticas y han generado conflictos y guerras en el mundo.

Esta crisis que se avecina no es como las demás que hemos vivido. Esta vez traerá consigo cambios mayores a nivel geopolítico mundial. Las fichas del ajedrez empiezan moverse€