Los manuales ante las pandemias dicen que a la población hay que darle instrucciones simples y claras. O sea, todo lo contrario de lo que se ha hecho en este país. Las cuatro fases de la salida se las está pasando el personal por el arco del triunfo, no tanto por desobediencia como porque aquí la gente monta los muebles de Ikea sin leerse el manual de instrucciones porque no lo entiende. Como dicen en las redes, ¿qué se puede esperar de un país donde cada año hay que explicar lo de las campanas de fin de año?

No hay manera de salvar a los que mandan. Lo siento. Casi todos los que nos daban consejos sobre cómo no contagiarnos acabaron contagiados. Chúpate esa. El mejor relato de la baja calidad profesional de quienes han dirigido el cotarro está en la rocambolesca y conocida historia de las mascarillas: Primero: Las mascarillas no valen para nada; hay que lavarse las manos. Segunda: Las mascarillas valen solo para los infectados, para los demás no valen para nada. Tercera: Las mascarillas se recomiendan, pero no son obligatorias. Cuarta: Las mascarillas son obligatorias pero solo en el transporte público. Y la próxima , que veremos en breve: El que no vaya con mascarilla por la calle será multado. Y todo eso dicho por las mismas personas y sin ponerse coloradas.

En Singapur el virus fue contenido de una manera ejemplar. No se lo tomaron a coña. Persiguieron y aislaron los primeros casos de forma radical y tuvieron éxito. Pero al relajar las medidas de control se ha producido un virulento rebrote. Con 30 grados de temperatura media, el caso nos está dando dos lecciones importantes: lo de que el calor mata al virus es también un cuento de origen chino y en cuanto se baja la guardia vuelve el peligro.

El Gobierno español y sus expertos -sí, los mismos de las mascarillas- han dejado salir a la gente de sus encierros sin tener disponible un mapa de los contagios en nuestro país. No hay estudio epidemiológico, no se han hecho suficientes pruebas y no se conoce a ciencia cierta cuántas personas contagiadas y asintomáticas están por ahí, comprando en el supermercado y charlando con el vecino en el ascensor, dejando en el aire esa invisibles gotas que permanecen flotando durante horas con el virus como pasajero. Ya sé que teníamos ganas de pisar las calles nuevamente. Vale. Pero coincidirán conmigo en que después de meter a todo el mundo en el talego durante casi dos meses y cargarse la economía del país para este año y para parte del que viene, sería una lamentable defecación que se mezclaran en las calles los sanos con los contagiados, haciendo una tortilla a la española que terminara rompiéndonos los huevos.

El Estado no tiene un mapa epidemiológico. No sabe cuántos contagiados hay. Ni dónde están. Eso significa que por ahí hay portadores del virus paseando felices y asintomáticos. Yo de ustedes me pondría mascarillas hasta en las orejas.