Si es grande en cualquier circunstancia la responsabilidad de los medios de comunicación, aún lo es mayor en las actuales, en las que el mundo sufre una pandemia de origen desconocido pero de consecuencias letales y los ciudadanos están más desorientados que nunca.

Deben pues los medios asumir toda la responsabilidad de lo que escriben y lo que difunden, sin tratar de minimizar en ningún momento la gravedad de la epidemia, pero, al mismo tiempo, sin provocar el pánico recurriendo al sensacionalismo.

En momentos como estos es más importante que nunca la existencia de una prensa seria y fiable, en contraste con la total irresponsabilidad y, lo que es más grave, impunidad de quienes se dedican a lanzar por las redes bulos desestabilizadores.

Los medios se orientan cada vez más por los algoritmos, que indican qué informaciones o comentarios ejercer mayor poder de atracción sobre el público, pero es algo que puede resultar peligroso.

No hay duda de que el sensacionalismo, que juega siempre con las emociones del consumidor de noticias, es más rentable económicamente que el periodismo documentado y serio.

Cuanto más fuerte, más impactante sea un titular, mayor atención captará, y ello con independencia de que se ajuste a la verdad o incluso, como ocurre muchas veces si uno sigue leyendo, al contenido de la noticia que encabeza.

Sucede que en una época dominada por los tuits, los ciudadanos muchas veces no pasan del titular, y si es caso el primer párrafo, sin molestarse en leer lo que viene después y puede incluso contradecirlo .

El periodismo digital tiene sin duda sus ventajas, sobre todo en una época en la que todo el mundo pretende estar informado al segundo de lo que sucede, pero la inmediatez es a veces enemiga de la fiabilidad.

Hay quienes opinan que lo importante es ser quien antes dé la noticia, pero la competencia por ser siempre el primero no debe ir en ningún caso en perjuicio de la verdad .

Los medios, sean públicos o privados, no pueden actuar en ningún momento como si fueran la oficina de información del Gobierno de turno. Una de sus tareas consiste precisamente fiscalizar su actuación y denunciar sus eventuales abusos.

En cada vez más países, incluso algunos de nuestro entorno, eso que llamamos "libertad de prensa" se ve constantemente amenazada. Defenderla es responsabilidad no ya sólo de los propios profesionales, sino de la sociedad a la que sirven.

Las amenazas a la libertad de prensa no llegan sólo del poder, como sucede en los regímenes autocráticos, sino también de esos ejércitos de trolls que abusan impunemente de internet para difundir noticias falsas con efectos desestabilizadores.

La ONG norteamericana Avaaz, dedicada al activismo ciudadano en cuestiones que van del medio ambiente a la corrupción, ha analizado últimamente más de un centenar de informaciones falsas sobre el Covid-19 difundidas por Facebook en varios idiomas y vistas por más de cien millones de personas de todo el mundo.

Pero los mayores enemigos públicos de la libertad de prensa son personajes como el actual presidente de EEUU, Donald Trump, que no pierde ocasión de insultar a los periodistas que le interrogan y se empeña en descalificar como fake news (noticias falsas) cualquier información que le es desfavorable.

Muchos gobiernos están aprovechando la actual crisis sanitaria para refugiarse en la opacidad frente a la opinión pública y recortar libertades, algo contra lo que la sociedad debe rebelarse porque está en juego nada menos que el futuro mismo de la democracia.