La política española sufre un proceso inflamatorio al que los contribuyentes asistimos con estupor, lástima y un poco de miedo. Alguien debería disminuir la hinchazón, pues bastante tumefacta se encuentra la realidad como para que nuestros dirigentes nos estén dando el espectáculo todo el día por la tele. Entretanto, y a fuerza de fijarme en particularidades en las que antes no reparaba, he descubierto entre los azulejos del cuarto de baño una ranura casi imperceptible en la que he introducido un papel doblado para ver hasta donde llegaba. Llegaba lejos. Había, pues, ahí, oculta, aunque a la vista de todos, una misteriosa burbuja de aire en la que no he podido dejar de pensar en todo el día, como si estuviera en mi cabeza. Por la noche, he vuelto al cuarto de baño, me he encerrado en él y he metido por la ranura un billete de cinco euros y unos versos de Idea Vilariño que dicen: "Qué fue la vida, qué, qué podrida manzana, qué sobra, qué desecho".

He imaginado que dentro unos años, cuando yo ya no esté, mi casa sería ocupada por unos extraños, que, al renovar el alicatado, darían con el billete y con el poema.

-Mira lo que había aquí -le diría el marido a la mujer, o viceversa.

Ambos permanecerían perplejos ante esos dos vestigios del pasado. Quizá para entonces ya no existan ni Europa ni el euro, quizá la poesía esté prohibida.

He buscado más huecos secretos por el resto de la casa y quizá haya uno en la cocina, detrás de la campana extractora de humos. Mañana investigaré a fondo. Si se confirma su existencia, introduciré una foto de Pablo Casado y otra de Pedro Sánchez. Ya las tengo elegidas: la del primero será esa en la que se le ve en mangas de camisa, frente al espejo de los aseos de Génova 13. Es lo suficientemente explicativa de la puerilidad del personaje. En cuanto a la de Sánchez, conservo una en la que aparece en el Falcon, también en mangas de camisa y con gafas de sol. Creo que intentaba parecerse infantilmente a Kennedy. Me ha dado por pensar que todo el problema que existe entre ellos es que no se ajuntan, como los críos. Si lograran hacer las paces, la inflamación de la que somos víctimas desaparecería en cuestión de horas.