Con una diferencia de pocos años hemos vivido dos crisis económicas. La profundidad del daño causado a la actividad económica por estas dos crisis sólo es comparable a las que ocurrieron en la Gran Depresión de 1929, las guerras mundiales y la de España. Cierto es que también hubo años de dificultades económicas a principios de los setenta, ochenta, noventa y dos mil, pero aún siendo sumamente duras, no pueden compararse. Pero cada una ha tenido orígenes sorprendentes.

Recordemos. La de principios de los setenta se produjo como consecuencia de la subida de los precios del petróleo, como venganza por el apoyo a Israel en la guerra de Yom Kippur. La de los ochenta fue la crisis de la deuda latinoamericana y la reconversión de la economía española. La de los noventa de nuevo tuvo su origen en las subidas del precio del petróleo, como consecuencia de la guerra de árabes contra Israel. La de principios del siglo veintiuno vino de la burbuja de las puntocom, posteriormente, de los atentados de las Torres Gemelas. Y la de 2008 fue consecuencia del desbarajuste generado por las hipotecas basura. Ahora, un virus. Así que guerras, burbujas, reconversiones industriales, disparates financieros, virus. Cuando todo parece ir bien, o mejor, la cosas empiezan a ir mal.

Visto lo visto, debemos concluir que el mundo es tan complejo que siempre hay un riesgo de desequilibrio que termina afectando al bienestar de muchas personas. Se dice, es la sociedad del riesgo. La conclusión parece clara: siempre habrá alguna causa que dispare una crisis económica, como siempre las hubo. Teniendo en cuenta que algunas veces les toca sufrir a unos y otras a otros, lo inteligente es estar siempre preparados y mancomunar los riesgos. ¿Recordaremos esto cuando los efectos principales de la actual crisis hayan pasado?

La crisis actual tiene algunas características especiales. Su origen es la paralización de la actividad económica por "decreto". Después vendrán los daños derivados.

Hay algunas interpretaciones de esta crisis pretendidamente inteligentes, que en realidad reflejan sólo ideas preconcebidas e intencionadas, en el sentido de que "tengo un enemigo y todo lo que ocurra lo aprovecho para echarle la culpa". Decir que la crisis es provocada por los problemas medioambientales es aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid. La nobleza de llamar la atención sobre los problemas medioambientales no justifica el despropósito del razonamiento. También hemos oído que la crisis en Canarias es producto de la dependencia del turismo y de la vulnerabilidad ante las perturbaciones externas, esto es volver a coger el rábano por las hojas. Por supuesto que Canarias es vulnerable y Baleares y Manhattan y Singapur.

Ser notablemente vulnerables a los desastres es una condición inherente a las islas. Siempre habrá perturbaciones externas que provoquen efectos negativos, y también positivos, claro. El asunto no es ese entonces, es qué factores animan nuestra capacidad para recuperar la actividad. Así que frente a la tesis de la vulnerabilidad está la tesis de la especialización flexible, como la bibliografía sobre pequeñas economías insulares ha desarrollado desde hace cuarenta años.

Los efectos de esta perturbación son enormes. La actual crisis dejará de nuevo una enorme tasa de desempleo. La población más afectada serán los jóvenes que no han tenido el primer empleo, sin estudios postobligatorios. Pero también los autónomos sufren, una parte de los cuáles pasarán desgraciadamente a la economía informal. Y claro está, los trabajadores con contratos temporales, que viven pendientes de la rotación en el empleo y que verán que se amplían los períodos entre contrataciones. Esto es fácil intuirlo. Lo que normalmente no se baraja es el hecho de que el empleo en Canarias es extremadamente sensible a las variaciones de la actividad económica, de tal manera que por cada punto que cambia la actividad cambia en un punto y medio el empleo. Esto vales para cuando las cosas van bien y mal. Y tampoco se suele tener presente que la actividad económica en Canarias es muy sensible a las perturbaciones de la economía internacional.

Por esto, llevamos tiempo reclamando una renta mínima que cubra los períodos de carencias drásticas. Afortunadamente, el Gobierno de Canarias ha dado un paso. También que las regulaciones de empleo tipo ERTE se conviertan en un instrumento de carácter permanente con una legislación necesariamente ajustada. En contra de lo que se puede pensar, esto no es tirar el dinero público, al contrario, estas rentas vuelven de inmediato a la economía privada vía consumo. Tampoco desincentivan la oferta de trabajo, como está demostrado empíricamente. Así que haríamos bien en desterrar viejos tópicos.

Preocupa, y con razón, el futuro del turismo. Tenemos una gran experiencia acumulada en el sector. Hay profesionales e investigadores con suficiencia para hacer frente una vez más, y ya son muchas, a las dificultades derivadas de las perturbaciones externas. Sólo me atrevo a llamar la atención sobre la necesidad de un afán conjunto en pro de una reputación nacional e internacional intachable, sostenida sobre la seguridad y el medio ambiente. Consideremos la reputación como un producto final y trabajemos en toda la cadena de valor ligada a ese producto final, porque la hospitalidad está en todos los comportamientos sociales.

Y hablando de reputación, es fundamental el buen gobierno. El estado de la hacienda canaria es bueno y esto permite un nivel de endeudamiento aceptable, pero chocamos con las reglas generales manejadas desde el Gobierno del Estado y la Unión Europea. Se necesita urgentemente hacer efectivo el margen de deuda y de gasto. No conviene centralizar en exceso el nivel de decisiones porque, guste o no, hemos diseñado un modelo cuasifederal con una ya larga trayectoria y experiencia de gobierno, esto es un valor. Además, el Gobierno de España debería impulsar alguna modificación de los incentivos del REF. Y la rapidez y facilidad del crédito es fundamental para conservar el potencial de producción y distribución, porque el éxito de las medidas de la Unión Europea dependen de ello.

Así pues, si reaccionamos rápido, protegemos rentas de los desfavorecidos, e impulsamos la actividad económica vía gasto público y facilidades de crédito, los efectos más negativos de la crisis pueden ser controlados en un año. No obstante, téngase en cuenta que una perturbación de estas dimensiones no permite recuperar el valor de la actividad económica a los niveles anteriores a la crisis en menos de treinta y seis meses.