Pasen, señores y señoras: esto es España. Estamos más preocupados por abrir las terrazas y los bares que por poner en marcha las escuelas y universidades. Es la bandeja: nuestra vocación de destino en lo universal. El país donde las peluquerías son más estratégicas que las industrias que producen mascarillas.

Las cifras de esos quince días de marzo que vivimos encerrados nos dicen que la riqueza de España ha caído en más de 60 mil millones. Un dato histórico e histérico. El barco empieza a dar las primeras señales de hundimiento y los tripulantes ya están apuñalándose por los pasillos y planeando cómo hacerse con los botes salvavidas. Al presidente del Gobierno le están sacando de su ensoñación a hostias. Durante unas semanas, la urgencia devolvió el poder a la centralidad del Estado. Pedro Sánchez le entregó a un filósofo la oportunidad de demostrar cómo funciona un gobierno fuerte ante una crisis sanitaria. Y lo malbarató.

La cadaverina política atufa los pasillos del Congreso de los Diputados. Los socios independentistas del PSOE están alarmados y espantados. Los decretos de alarma han sido como puñaladas por la espalda de su gran esperanza blanca. El presidente dócil y cautivo les ha salido rana en cuanto un virus asesino le ha dado excusa para ponerse autoritario. Los vascos están que se suben por las paredes porque no soportan que sus socios socialistas estén haciendo tal exhibición de músculo leninista y centralismo democrático. Y los independentistas catalanes, que le habían llevado a Barcelona agarrado por la nariguera, para que le hiciera una genuflexión a Torra y sacarse unas fotitos publicitarias, se sienten tan sorprendidos como traicionados.

Los conservadores españoles están en Belén con los pastores. Observan felices la debilidad política del PSOE y marcan distancias para dejarle aún más solo en las Cortes, esperando que les fallen sus aliados radicales. Que se cuezan en su propio jugo. Tal vez sea un exceso pedirles sentido de Estado, pero no cierta inteligencia. Pero hay una batalla que trasciende a la de la izquierda y la derecha moderada en este país: la de todos contra el caos. Contra la ultraderecha, los neocomunistas y los separatistas. La moderación frente a los populismos que crecerán en el hundimiento económico.

La crisis del coronavirus ha dejado tantos miles de muertos y contagiados porque el Gobierno de España -como otros- actuó condenadamente tarde. Y está por ver que no exista un partido de segunda vuelta con ese pequeño asesino microscópico. La primera ola sanitaria ha estado a punto de asfixiarnos. Pero ahora se acerca la segunda. La que puede mandarnos al fondo del mar de la pobreza. Es un momento donde la supervivencia social debe estar por encima de la estrategia política. Porque las ayudas europeas no llegarán hasta el año que viene. Porque la pobreza se va a disparar. Y porque encima no estamos libres de que haya un nuevo repunte de la pandemia. Son demasiadas incertidumbres como para seguir jugando a las urnas.

España tendrá que pedir un rescate europeo. Gobierne quien gobierne, la década que nos espera será la de los impuestos y el sacrificio para devolver los créditos y ayudas que vamos a necesitar para sobrevivir. La ultraderecha nacionalista abomina de la Unión Europea y el neocomunismo se desgañita con su casposo discurso de que esto lo deben pagar los ricos. Pero los ricos del Norte y el euro nos van a salvar el trasero a cambio de sacrificios. Y no será gratis. Tendremos que devolver la pasta.

Tal vez Pablo Casado se haya dado un golpe en la cabeza y quiera provocar una crisis de Gobierno, para hacerse cargo él mismo del desastre. Pero si no es así, no le queda otra que mantener a Sánchez con respiración asistida. Separarle de sus aliados independentistas y mantenerle en una presidencia que será un infierno. Porque lo peor que nos puede pasar ahora es un motín electoral en medio del naufragio. ¿Dije lo peor? Pues será eso.