En Netflix se acaba de estrenar Tyler Rake, una cinta cien por cien de acción con algunas secuencias bien rodadas y que mantiene un ritmo ágil y desenfrenado. Con un estilo narrativo que evita cualquier acercamiento a la comedia, sin protagonistas que lancen chistes ni comentarios jocosos mientras reparten puñetazos, ofrece un nivel de intensidad constante y recrea varias de sus escenas de forma coreográfica y potente. Sin embargo, echa por tierra muchos de sus logros por una falta de contención en determinados momentos, traspasando a menudo la frontera de la credibilidad. Aunque somete a sus personajes a una serie de calamidades y agresiones incompatibles con la vida humana, aquellos sobreviven y se sobreponen de tal manera que conducen al largometraje a los límites de la ciencia ficción. Por poner un ejemplo, como si fuera un Terminator humano que pretendiera emular la resistencia del célebre ciborg interpretado por Arnold Schwarzenegger, nos deja atónitos ante atropellos de camiones a gran velocidad sin que las víctimas correspondientes muestren a los pocos segundos secuela alguna.

Sam Hargrave debuta como cineasta con este largometraje, si bien se ha curtido durante años como actor y especialista en films plenos de adrenalina, como Conan el bárbaro (versión de 2011) o Atómica, además de participar en varias entregas de las sagas más exitosas de los últi

mos tiempos: Piratas del Caribe, Transformers, X-Men, Los juegos del hambre, Capitán América y Los vengadores. Tras casi un centenar de títulos interviniendo delante de las cámaras en planos arriesgados y espectaculares, parece que ha aprendido bastantes lecciones sobre la narración en ese concreto género cinematográfico. No obstante, todo lo fía a la grandilocuencia visual de las peleas y a la aparatosidad de las explosiones y caídas. Lástima que ese formato sirva tan solo durante un tiempo, pues se necesitan más recursos para rodar un proyecto que alcanza las casi dos horas de duración. Curiosamente el guionista, Joe Russo, es un experimentado director que cuenta en su haber con trabajos como los de Capitán América: Civil War, Vengadores: Infinity War o Vengadores: Endgame aunque en esta ocasión se limita a escribir, llevando hasta el extremo ese viejo dicho de que "el papel lo aguanta todo". Sea como fuere, logra construir algunos momentos realmente entretenidos.

Un ex soldado reconvertido en mercenario a sueldo es contratado para rescatar al hijo de un capo de la mafia india que se halla en prisión, ya que ha sido secuestrado por un rival del submundo de la delincuencia organizada. Durante su misión sufrirá la persecución de miembros de ambos clanes enfrentados, dejando a su paso un reguero de cadáveres.

Tyler Rake hará las delicias de los incondicionales del tipo de cine basado en la fuerza bruta y en los enfrentamientos carentes de complicaciones argumentales. Su trama resulta muy simple y el esquema de la historia, lineal. La apuesta de sus responsables se reduce a dos bazas: el gancho de su estrella y la contundencia de unas secuencias fuertemente marcadas por la velocidad, las persecuciones y los tiroteos. En definitiva, una producción que no engaña y que ofrece lo que promete: un entretenimiento cimentado sobre la violencia y la intensidad de peleas mortales.

Encabeza el reparto Chris Hemsworth, con sobrada experiencia en películas de esta naturaleza. Ha actuado en Star Trek (2009) y su secuela, ha empuñado el martillo de Thor, tanto en Los vengadores como en otras obras basadas en el dios nórdico, y ha estrenado también en el catálogo de Netflix 12 valientes. Su recreación resulta correcta y su trabajo físico, meritorio. Poco más que añadir.

El niño objeto del rescate es el desconocido Rudhraksh Jaiswal. Junto a ellos aparecen otros rostros más conocidos, como Golshifteh Farahani (Red de mentiras, A propósito de Elly, Paterson) y David Harbour (Revolutionary Road, The Equalizer: El protector, Escuadrón suicida).