Ayer amaneció con una noticia de infarto, destinada a ocupar durante días los informativos de todas las cadenas y comerse las redes: el PIB español se hundió durante el primer trimestre (con apenas medio mes de confinamiento) hasta un 5,2 por ciento, una hecatombe desconocida que duplica cualquier desplome anterior del PIB desde que el Instituto Nacional de Estadística comenzó a publicar sus series sobre la producción de riqueza nacional en 1970. Para remontarse a una situación similar a la reconocida ayer en el avance estadístico del INE, habría que ir casi un siglo atrás, a los tiempos de la Guerra Civil o a los primeros años la etapa autárquica franquista, cuando el país vivió también una suerte de 'confinamiento' internacional, respuesta a la proximidad ideológica del régimen con los países del Eje (Alemania, Italia y Japón), derrotados por los aliados en la Segunda Guerra Mundial.

En un país que califica de 'históricas' las apariciones de la Pedroche ligera de ropa o que un equipo de segunda bordee el pase a primera, la brutal caída del PIB debería haber sido el asunto del día. Sorprendentemente, pasó bastante desapercibido para la mayor parte de la gente, más pendiente de desentrañar los pormenores de ese galimatías tipo "la parte contratante de la primera parte", en que se han convertido las explicaciones oficiales sobre "la transición a la nueva normalidad". Un curioso oximorón lo de 'nueva normalidad', por cierto?

Entiendo la preocupación de la gente por saber a qué horas podrán salir mañana a pasear acompañados -y por quién, y a qué distancia-, o si -siendo uno residente de Santa Cruz de Tenerife, por ejemplo- se puede ir a Almáciga para hacerse unas olas con la tabla, pero hay que ir, hacer surf y volver en menos de una hora. Por supuesto que esas cosas son importantes y deberían aclararse para evitar más dolores de cabeza a quienes tienen que cumplir y hacer cumplir las reglas del desconfimamiento. Pero no creo que eso sea más importante que entender lo que significa que tan sólo quince días de encierro hayan arrastrado tres meses de PIB del país al peor dato de su historia. Entre otras cosas porque si la tendencia se mantiene este trimestre -de abril a junio- la caída del PIB puede alcanzar proporciones abisales, que en Golden Shachs se atreven a fijar en un 35 por ciento para los países más desarrollados. Si a esa situación se une el desprecio a la disciplina fiscal del Gobierno de Sánchez (el pasado año 2019 el déficit se elevó hasta los 33.000 millones de euros, muy por encima de los compromisos adquiridos con Europa), podemos vernos a final de año con un desfase entre ingresos y gastos superior los 150.000 millones, una cifra bastante por encima del diez por ciento del PIB.

En términos prácticos, incluso contando con la buena voluntad de Europa -y es mucho contar en una situación en la que todas las grandes naciones del mundo van a vérselas con una situación dramática- la economía de nuestro país va a quedar muy desastrada. Tanto que si España fuera una empresa, tendría que ser declarada en quiebra. Y eso significa despidos masivos de empleados públicos, serias dificultades para mantener en funcionamiento la maquinaria del Estado, un desempleo superior al 35 por ciento y una sociedad empobrecida, crispada y con la tentación de romper todas las barajas.

Por eso supongo yo que al Gobierno le interesaba ayer hablar de cualquier otra cosa. Pero algún día tendrá que salir Sánchez y contarnos si tiene algún otro oximorón a mano, para hacer frente a la que se nos viene encima.