Ayer fue un día de reacciones al plan de desconfinamiento del Gobierno, que ha tenido entretenido a un país entero, volcado en interpretar las instrucciones ofrecidas por Sánchez, y que el Ministerio irá convirtiendo en decretos a publicar en el BOE. En medio del debate entre si vamos demasiado lentos o demasiado deprisa, ha pasado muy desapercibida una información sobre el aumento de la capacidad de contagio del coronavirus en las islas, que ha crecido significativamente desde que se decidió reincorporar la actividad no esencial el pasado lunes 13 de abril. En apenas 15 días, la capacidad de contagio ha crecido en las islas desde el 0,51 (la cifra más baja de toda España), al 0,83 (ligeramente por encima de la actual media nacional). Es verdad que aún no superamos el R0 1 -una persona contagiada por cada enfermo-, que es la cifra que define el estancamiento de los contagios y la posibilidad de enfrentarse a ellos, pero se ha retrocedido mucho en relación con lo que se había logrado durante las etapas del encierro más duro.

Cuando en Canarias miramos las cifras de enfermos y muertos, tendemos a caer en la autocomplacencia: es verdad que somos -proporcionalmente a la población- la región española con menor número de diagnosticados y de muertos, pero lo cierto es que en las dos últimas semanas esas dos cifras -diagnosticados y fallecidos- no han dejado de crecer ni un solo día, mientras permanecen relativamente estables -deberían estar bajando más rápido- los casos activos: ahora mismo, de las 2.200 personas infectadas, poco menos de un millar de personas siguen enfermas, algo más de 1.100 se han curado, y han fallecido 135. Hace días que el número de casos activos se mantiene sin demasiadas variaciones, mientras tiende a bajar en el conjunto del territorio nacional.

La situación de retroceso de la relación favorable entre altas y contagios es alarmante. Mucho más en el contexto de una región en la que hasta la fecha no se llegado aún a someter a pruebas diagnósticas al dos y medio de la población, y de las casi 50.000 realizadas, 40.000 no responden a los estándares exigidos para dar los resultados por absolutamente fiables. Con esas pruebas, la población canaria que ha sido diagnosticada como portadora de la enfermedad es muy muy baja, apenas del 0,1 por ciento. Es una buena noticia que esconde otra mala: con un porcentaje tan bajo de infectados, hay poca inmunidad en las islas, mucho más campo de acción para el virus, mucha más gente que puede ser contagiada si se dispara algún brote. Y puede ocurrir: en quince días de regreso a las actividades no esenciales -básicamente en la construcción- el R0 subió en Canarias del 0,51 al 0,83. Da miedo pensar en lo que podría desmadrarse todo si nos equivocamos con el desconfinamiento.

El caso de Alemania es paradigmático: una respuesta ejemplar a la pandemia, un objetivo factible de cuatro millones y medio de test por semana, y un sistema sanitario engrasado y eficiente que ha salvado miles de vidas. Pero ayer saltaron de nuevo todas las alarmas: la relajación inherente a las medidas de desescalada ha provocado que la tasa de contagio suba en pocos días del 0,7 al 1, tres décimas. En Canarias ha subido ya casi cuatro décimas, con una bajísima tasa de inmunizados, y nuestro sistema de salud no es, ni de lejos, comparable al de ellos. Hay que tomarse todo esto muy muy en serio.