Con motivo de este recurrente y desgraciado tema pandémico del SARS-Cov-2 o coronavirus Covid-19, me permito la licencia de explicar unos datos telegráficos, explicativos, sobre algunos conceptos planteados ante cualquier ambiente epidemiológico, de base infecto-contagiosa, y que independientemente de su etiología o causa deben ser de obligado cumplimiento para minimizar los efectos lesivos sobre la población, sobre todo la que no está provista de anticuerpos específicos frente a la noxa, en esta caso virus, y que es en realidad la más vulnerable.

Estando en puertas la estrategia de desconfinamiento de todos los que han permanecidos inmóviles en sus domicilios, existe el riesgo evidente de una más que probable segunda oleada infectiva con todas las consecuencias ya vividas desde el inicio de la pandemia. Si se fijan bien observarán que la morfología del Covid-19 se asemeja más a una mina submarina que a una corona, y cada espita del virus constituye un detonante de la acción lesiva del mismo. Son tantas las excresencias, que estos promueven no solo su acople celular y la alteración de la misma, sino la reiteración infectiva que lo hace mucho más lesivo y duradero que otro tipo de virus.

Si en estos momentos no se dispone de identificación de confinados sanos sin anticuerpos específicos, el riesgo de infección de esta vulnerable población va a tener resultados catastróficos sobre la misma desde el instante que salgan a la calle, haciendo ineficaz toda la estrategia preventiva que se ha llevado a cabo hasta estos momentos. Aunque el tema, como les he expresado, constituya ya una recurrente retahíla, si deberíamos insistir en que en todo el proceso evolutivo de esta desgracia ha acontecido una constante asincronía en los esfuerzos preventivos, diagnósticos y teóricas acciones o estrategias terapéuticas, ya que tal como se observa, siempre hemos llegado tarde a cualquier determinación drástica frente a este temible virus.

Cuando se plantea la existencia de una epidemia infecto-contagiosa, los pasos básicos que deben llevarse a cabo antes de cualquier acción terapéutica es la identificación del agente causal y quién lo porta. Para ello se lleva a cabo como primera medida una acción de screening o cribado, que como bien se sabe conceptualmente consiste en separar el grano de la paja en términos agrícolas. Pero desde el punto de vista médico, el cribado es un proceso que permite establecer e identificar, lo más precozmente posible en poblaciones generales, tanto de alto como de bajo riesgo, cualquier alteración, en este caso de salud pública, justificando por sí mismo una determinada técnica de confirmación diagnóstica mediante la detección de marcadores. A esta primera acción estratégica debe exigírsele una alta sensibilidad, especificidad, así como una baja tasa de falsos positivos y falsos negativos. Cuando nos referimos a la detección de marcadores, un marcador es un indicador relativamente específico, aunque no siempre diagnóstico, de una anomalía o variante de la normalidad, que permite individualizar un riesgo determinado en grandes poblaciones generales.

Deben considerarse marcadores específicos, en el caso del Covid-19, la determinación por PCR del genoma del virus. Sin embargo, en términos de eficiencia que no de eficacia -téngase en cuenta la diferencia conceptual- debe tener una indicación prevalente, por ser más inmediata y económica, la determinación de inmunoglobulinas específicas IgG, IgM y complementariamente el llamado test de avidez frente al antígeno Covid-19. (Este último test pondría de manifiesto la presencia y respuesta enérgica de anticuerpos frente el Covid-19 y por tanto la teórica inmunidad de la persona en estudio).

La utilización de tests combinados permite la inclusión de dos o más marcadores independientes, con lo que se posibilita el aumento de la sensibilidad -detección de portadores asintomáticos sobre todo- y el aumento del valor predictivo -reducción de los tests falsos positivos-. Ante esta estrategia, secuencialmente, se debe hacer en primer lugar la determinación de IgG, IgM y test de avidez, y solo en los casos de duda hacer diagnóstico de confirmación mediante PCR para detectar la dotación genética y presencia real del virus.

Con todo ello, y ante el natural instinto de conservación personal, pienso que la salida del confinamiento sin conocerse estos datos en toda la población sin exclusión, constituye un riesgo evidente para contraer y diseminar la enfermedad en una segunda oleada, inclusive en una reactivación estacional del próximo otoño.

Aquellos que han estado confinados cautelarmente, sin evidencias de estar provistos de anticuerpos, tienen el riesgo evidente, por ser muy vulnerables, de contagiarse en la aventura de salir al medio externo sin las correctas precauciones. Si hiciéramos un símil, la situación sería como sacar la flota marina de una bahía segura, confinada frente al peligro, y hacerla navegar, sin criterio, por un mar proceloso cargado de minas de profundidad. Si antes no hemos dispersado o identificado la ubicación de esas bombas, tendremos la evidente probabilidad de ser diezmados en la singladura.

Es cierto: no podemos permanecer estáticos en nuestra cala segura si queremos llegar al otro lado del mar y arribar a la costa que nos provea de alimento y progreso, pero el viaje hay que hacerlo con todas las garantías de llegar indemnes, no importa el tamaño ni la edad de los navíos. Por cierto, insisto nuevamente, el Covid-19 tiene forma de mina submarina, no de corona, y por este motivo se precisan dragaminas expertos que nos dejen un mar seguro para seguir navegando.

En relación al confinamiento infanto-juvenil que debería llegar hasta la edad teenager, límite cronológico de la adolescencia adulta, podría desencadenar un nuevo perfil psiquiátrico pero lo dudo, porque la capacidad de adaptación de los jóvenes y niños al medio inhóspito ofrece sorpresas insospechadas. No hay más que observar la sobrevivencia de aquellos en campos de refugiados en áreas de guerra.

No sé qué puede ocurrirle a un niño o a un adolescente por permanecer obligatoriamente encerrado en su hogar habitual, asegurando su vida sin las restricciones obligadas por situaciones despiadadas de guerra u otras causas similares. No creo que esta generación, por los motivos creados en esta pandemia, llegue a tener un estigma que marque su vida para siempre el tiempo lo dirá, pero bajo el calor del hogar y la psicológica protección familiar sí se dan a entender los motivos que obligan a esta transitoria y excepcional situación, el recogimiento es una opción para resetear la conducta proactiva de la familia en la construcción social. Baste recordar la figura de Ana Frank y sus dos años de confinamiento obligatorio que tan mal acabó en agosto de 1944 tras dos años de encierro, un resquicio accidental acabó con su largo y seguro enclaustro. Por eso no creo que nuestros hijos vayan a ser víctimas de lo que denomino el Síndrome de Ana Frank o Síndrome del Niño Confinado, ya que teóricamente el desarrollado por los niños durante el encierro obligatorio por la pandemia de coranovirus, ha de potenciar la confianza de que el ambiente confinatorio puede sobrellevarse a través del compañerismo, la solidaridad, el amor y la esperanza de vida, representando la resiliencia ante el obligado encierro familiar frente a un enemigo común.

El redescubrimiento de la convivencia familiar, el desarrollo de la cooperación y la asunción de responsabilidades del hogar, todo ello fortalecido con la protección natural de los progenitores, debe desarrollar la recuperación de los valores familiares, la educación en valores cotidianos, el valor de la identidad y la pertenencia al clan, y manifestar una semiología afectiva que parecía perdida y desarraigada en nuestros valores. La confinación dorada no debe dejar estigmas en los jóvenes sanos. No hay que precipitar ninguna salida intempestiva. El mínimo resquicio puede ser catastrófico. Aprendamos de la pobre heroína Ana Frank.

Les ruego disculpen mi osadía de escribirles esta nota personal, que por supuesto no es vinculante con las corrientes existentes y mucho menos pretende erigirse en una norma lapidaria. Los españoles somos, y entre ellos los canarios, diversos pero amamos a nuestro País y a nuestra tierra y desde una atalaya más humilde velamos por nuestros compatriotas.

* Presidente del Consejo Rector Sociedad Española de Ginecología y Obstetricia (SEGO). Catedrático Obstetricia y Ginecología