Cuando las mujeres, en número de unas doscientas, escucharon el ruido, se pusieron de pie todas de un brinco, aguzaron los oídos y se apretaron estrechamente en un montón. Poco después los hombres elevaron sus voces. Escuchamos con claridad cómo cantaban todos a coro y repetían muchas veces una interjección para alentarse: "¡Hé, Hé, Hé!".

(Según Elías Canetti en Masa y Poder, el hugonote Jean de Lery fue testigo en 1557 de una fiesta entre los tupinambu del Brasil).

Nunca me interesaron las ocurrencias de los vates y de los rapsodos tribales, autores de vaticinios; tampoco esos ánimos de lucro, delincuentes, de las "echadoras de cartas" de barajas, oportunistas y parientes de los primeros. Siempre, unos y otras, ignoraron e inventaron todo, y ahora ya están -ahí y aquí- dando lecciones y sacando provechos de los miedos a las dolencias y ahogos pulmonares. Necesitamos creer en lo que sea, monoteísmo o politeísmo, con solo una condición: que sean lo más divinos posibles.

Vivimos en una cosmología sin espacio; solo disponemos de un lugar, el del confinamiento; estamos presos o en cautividad, que nos paseamos, en busca de aire puro, únicamente por el "patio carcelario". Vivimos, también, en una cosmología sin tiempo; nos robaron el futuro, dejándonos un raquítico presente. "El tiempo es el vecino de la eternidad", que escribiera un prosista de León (Luis Mateo). Y en el último capítulo del excepcional La democracia en América de Tocqueville, acaso el más importante, ya se anunció: "El espíritu camina en las tinieblas".

No queremos "savonarolas" ni predicadores en los gobiernos; por el contrario, faltan "maquiavelos" astutos y no atolondrados; tampoco necesitamos "gurús" o hechiceros tribales, redondos, cuadrados o picudos, que sepan decir mentiras. No se trata de convertir en púlpitos, con ayuda de los bomberos, las azoteas de templos o edificios y los teatrillos mercenarios de las televisiones. Y en tiempos de sin tiempo, puede que tampoco interese la literatura pestífera, la de peste, cólera o de polio, aunque sea tan artística como la de Boccaccio, Manzoni, Roth o Camus.

En realidad, lo más apetecible es divertirse en su sentido etimológico, muy preciso: "divertire", en latín, es apartar o desechar, como papeles higiénico usados, lo que nos aflige, debiendo desviar la atención o no pensar en la muerte o en otras miserias humanas. No pensar en lo terrible (si la histeria y demás patologías mentales nos lo permitieran), además de ser un instrumento contra la depresión (la depresión siempre es una obsesión), es también una manera de "divertirse". Y la Política, puede ser una recomendable diversión y/o una necesidad.

Del dictador Franco se decía que recomendaba no meterse en Política; eso mismo parece que lo recomiendan ahora los que gobiernan y sus dóciles seguidores, docilidad de collar y de correa. "No es tiempo para la Política", se dice. Y la pregunta es: ¿Si en un estado de alarma, con derechos fundamentales suspensos, y con la información secuestrada, no ha de haber política, cuándo debe haberla? ¿Ni siquiera cuando los muertos pueden llegar a superar los 30.000? La Política ha de ser la gestora de lo ciudadano en situaciones normales y en situaciones excepcionales. Cierto que lo más cómodo es gobernar sin política, pero eso fue ocurrencia de dictadores y no de demócratas. De dictadores y no de demócratas es hacer lo que venga en gana a los que mandan.

Estos días se está escribiendo de un personaje maldito, Carl Schmitt. El domingo 2 de abril de 2006, página 16, El País, en crónica de Manuel Riva, se escribía: "El homenaje franquista en 1962 al principal jurista del nazismo, Carl Schmitt". Es verdad que España, al jurista alemán, sirvió de refugio y de banco de ensayo de algunas de sus teorías (totalitarismo teocrático); también es verdad que su libro, importante, Teoría de la Constitución, por primera vez, fue publicado en Alemania en 1928, traducido por Francisco Ayala en 1934 y epilogado por Manuel García Pelayo (expresidente del Tribunal Constitucional español), es de conocimiento obligatorio.

Querer excluir de la Política al estado de urgencia es dar la razón a Carl Schmitt en su rechazo radical al parlamentarismo y a la separación de poderes. Volver a la dialéctica "amigo-enemigo", como base de lo político, es de Schmitt ("los míos son amigos, los otros son enemigos"). No hay mayor excepción a la Política que en las situaciones excepcionales, en las que sólo existe un Poder, el Ejecutivo, ni el Legislativo ni el Judicial, precisamente, este último el guardián de la democracia (eso ha de demostrar si es o no verdad). Ante tanta exclusividad de un Poder, ¿no resulta inadmisible que los miembros de ese Poder pidan a los ciudadanos que callen? Eso de que no es el momento, es, simplemente, una sinvergüencería de sinvergüenzas.

En su obra Teología política comienza con la siguiente afirmación: "Soberano es aquel que decide sobre el estado de excepción". Gregorio Saravia, autor de Thomas Hobbes y la filosofía política contemporánea (Dykinson, 2011), escribe: "Desde el momento en que el soberano tiene en sus manos la potestad para decidir si la Constitución puede ser suspendida en la totalidad de su contenido, se puede llegar a la conclusión de que todo el sistema jurídico se encuentra sustentado por una decisión y no por una norma". He ahí la decisión totalitaria de Schmitt.

El politólogo y comunista Claude Lefort, acaso el mejor tratadista sobre Maquiavelo, no tuvo inconveniente en recordar el decreto de Lenin de 1918 que prescriba "proteger a la República de los Soviets contra los enemigos de clase aislándolos en campos de concentración". Sin necesidad de tanto coraje, con tantos miles de muertos en España, sería de buena política que el Gobierno social-comunista de España preguntare al gobierno comunista chino si el desgraciado COVID-19 se originó en un mercado de animales salvajes o en un instituto de virología (IVW), en la localidad de Wuhan. Cuando se hable o escriba del "sistema económico", causante de la pandemia, habrá de recordarse que la central nuclear de Chernobyl, que reventó, estuvo en la soviética Rusia y que Wuhan está en la llamada República Popular de China. La gramática con el "género" hace maravillas: a la Política hace femenina, pero masculiniza al feminismo. En cualquier caso, es indiscutible que el feminismo ha sido y sigue siendo una gran revolución, ya irreversible, de lo social y político en los últimos siglos; seguramente la revolución más trascendental después de la Francesa. Por ello resulta conveniente preguntarse sobre el papel de lo femenino en la lucha contra el COVID-17. La pregunta y su respuesta la haremos y responderemos otro día.

(*) Exmagistrado