"Abril es el mes más cruel: engendra/lilas de la tierra muerta, mezcla/recuerdos y anhelos, despierta/ inertes raíces con lluvias primaverales". He recordado, como tantos, los versos de Thomas Eliot en las últimas semanas, pero hoy, escuchando la intervención de Ana Oramas en el Congreso de los Diputados, recuperé una de las sentencias del poeta: "Los seres humanos no toleran demasiada realidad". Es comprensible que el Gobierno -cualquier gobierno- empape su información -por lo general manifiestamente mejorable- en prédicas optimistas. Un político es un producto del mercado democrático y, obligatoriamente, un profesional del optimismo. Un político pesimista se detecta como una obscenidad incivil. Sin embargo ahora lo que necesitamos es desalojar urgentemente al marketing para que la política pueda respirar de nuevo. Y una vez reinstalada la política nos urge el pesimismo, porque con lo que se nos viene encima es la única forma de realismo operativo. Es la hora de los mensajes crudos, transparentes, sencillos y precisos que lleven adosados propuestas realistas para sortear una catástrofe económica con un altísimo precio social y que puede reducir la democracia a cenizas.

El discurso de ayer de Ana Oramas fue precisamente eso: una ducha oscura de pesimismo helado. Como ciudadano agradezco el horror. Verdades como que el desempleo puede llegar al 50% de la población activa, que el turismo peninsular y europeo no resucitará milagrosamente después del verano, que la ruina inminente se cierne como el comercio en las islas, que las administraciones públicas se verán en dolorosas dificultades para pagar a sus empleados y financiar sus servicios. La advertencia de que Canarias puede convertirse en un problema (en otro problema) de Estado para España. El recordatorio sobre las propuestas francesas que incluyen un tratamiento específico en las políticas anticrisis de la UE para las regiones ultraperiféricas -qué oportunidad miserablemente perdida por el Gobierno autonómico para que Canarias liderase a las RUP en este frente-. Y en definitiva la reclamación de un programa político específico para las islas -con una economía congelada sine die - que incluya una inversión multimillonaria en obra pública e infraestructuras. Sí, sería estupendo meter 300 millones de euros en nanotecnología o en ingeniería aeronáutica, pero la única fórmula de crear miles de puestos de trabajo en el país en un plazo de cinco o seis meses es a través de la obra pública en su más amplia acepción. Pedro Sánchez guardó silencio. También es cierto que ofreció el mismo silencio sobre el uso del superávit de comunidades autónomas o ayuntamientos a otros grupos parlamentarios. El presidente transmitió una imagen de fragilidad a veces inconvincente, cansino, aletargado.

Pasee el perro después del ritual de los aplausos y alargué nuestros pasos hasta la calle del Castilllo, desierta como un cráter lunar. Al llegar a casa una muerte entre tantas muertes: Marcos Mundstock. Recuerdo oír su voz -era la suya y era una caricatura a la vez- por primera vez en una cinta en la que se había grabado otra cinta de otra cinta de los conciertos de Les Luthiers. Era una noche de principios de los ochenta, bebíamos junto a la playa, reíamos hasta el llanto. Eran maravillosos y se incorporaron a nuestras vidas como cómplices en el asesinato de cualquier tristeza a cualquier hora. Tenía razón Mundstock. No es que el tiempo sea dinero. Hay que entenderlo bien: The time es money. Efectivamente: el tiempo es un maní.