En enero de este año un carismático epidemiólogo llamado Fernando Simón nos aseguraba con voz cascada que el Covid-19 era tan inofensivo como una gripe común y que no teníamos motivo para alarmarnos porque habría un par de contagiados. Dos meses después hemos enterrado a más de 20.000 personas que han perdido la vida por el virus y una pandemia se ha extendido por el planeta obligando a muchos países a encerrar a sus ciudadanos a cal y canto, paralizando la economía. Parece claro que los expertos negacionistas se columpiaron muchísimo.

La Organización Mundial de la Salud dio la alarma a finales de enero. Pero no le hicimos ni puñetero caso. Pasaba muy lejos de aquí: ¡en China!. A comienzos de febrero la OMS le dijo a España que sería conveniente aprovisionarse de material de protección para el personal sanitario. El ministro de Sanidad, Salvador Illa, les contestó que España tenía suficientes suministros de equipos personales de emergencia. Y olé. Con olímpica incompetencia se puso en peligro a miles de sanitarios, cometiendo además uno de los peores errores en una pandemia: comprometer la capacidad de trabajo de los profesionales que cuidan y salvan vidas.

El último bandazo que vamos a tener la oportunidad de ver, en esta crónica de chapuzas, es el asunto de las mascarillas. El Gobierno, al principio de la crisis y aunque tenía "suficientes suministros", requisó las mascarillas de las farmacias españolas y nos dejó a los ciudadanos a cara descubierta y mosqueados. Los expertos y las autoridades nos dijeron, inmediatamente, que no pasaba nada. Que las mascarillas no servían. Y aunque uno confía en la sapiencia de los gobernantes, se hizo la típica pregunta tonta que nadie respondió: ¿Y si no valen de nada, por qué se las lleva el Gobierno? Como es obvio, sí que valían. Las mascarillas, cuando alguna persona es portadora del virus sin saberlo, ayuda a que no contagie a los demás. Y en España tenemos decenas de miles de contagiados que no lo saben. Porque no se han hecho suficientes pruebas. Y porque se han comprado pruebas inservibles. Pifia tras pifia. Un bochorno.

Por eso el Gobierno quiere ahora que todos los ciudadanos lleven mascarilla cuando vuelvan a la calle. Pero tenemos un problema: no hay. Han pasado semanas desde el inicio de esta pesadilla y seguimos sin tener excedentes de medidas de protección. Parece una cosa de chiste en un país que, puesto a ello, podría fabricar millones en unos pocos días. Pero nadie lo planeó.

Más de un mes después del comienzo de la pandemia España sigue sin mascarillas seguras. Ni para los profesionales de la Salud ni para los ciudadanos. Tenemos el mayor porcentaje de sanitarios contagiados -más de quince mil- porque han tenido que trabajar sin equipos de protección. Y lo que es peor, se han repartido en centros sanitarios 350 mil mascarillas fakes con las que han estado trabajando profesionales expuestos al contagio sin saberlo. La chapuza ha sido de tal calibre que algunos tendrían que dimitir unas mil veces.