Hace solo unos meses nadie se podía imaginar que los españoles aceptarían con tanta disciplina el confinamiento. Nos sorprendía la sumisión de los ciudadanos chinos. Todavía no sentíamos la amenaza. Cuando esta se produjo, cuando los números empezaron a escalar, nadie puso en duda la necesidad de quedarse en casa. Algunos, la mayoría retrospectivamente, piensan que se debería haber decretado antes. Quizás hubiera sido mejor, pero dudo que hubiera tenido la aceptación que tuvo en su día. Una medida así, nunca hecha antes, tiene unas consecuencias sociales y económicas enormes. Además, si no se percibe necesaria, la imposición obligaría a un estado policiaco extraordinario. Las cifras muestran que el sacrificio, que para algunos es enorme, está dando resultados. Ya se vislumbra una nueva situación que exige nuevas estrategias.

Tan difícil como aventurar cómo se comportaría la epidemia por este nuevo coronavirus, será predecir qué ocurrirá cuando progresivamente se levanten las medidas de aislamiento. Cuando la epidemia se cebó en China se pensaba que no sería muy diferente de los otros coronavirus letales, el del SARS y el del MERS. Ambas se lograron reducir en un tiempo relativamente corto. No hubo pandemia. Pero esta nueva mutación parece que le dio al virus capacidades superiores. Y las estamos sufriendo.

Hay varias incertidumbres que afectan a la estrategia de apertura. Las dos más importantes son cuántas personas realmente han sido invadidas por el virus y qué grado de resistencia confiere el haber pasado la infección.

Hay un estudio muy interesante que evalúa la evolución temporal del síndrome gripal no producido por el virus de la influenza. Observa, donde se recoge de manera fiable esta información, que en los meses de epidemia de COVID-19 se incrementó de manera notable y paralela ese síndrome gripal. La mejor hipótesis es que se trata de enfermedad leve COVID-19. Si esto fuera así, que por los datos es imposible de saber, en algunos lugares la incidencia de COVID-19 se multiplicaría hasta por 100. Y si estas personas adquieren inmunidad, estaríamos hablando de millones de personas resistentes. Millones de personas que no solo no enfermarían, además no serían transmisores. Pronto sabremos cuántas personas que han pasado la enfermedad de manera silenciosa o apenas perceptible, han montado anticuerpos. Hay estudios en marcha. Pero eso no nos asegurará que son inmunes, solo que es muy probable que lo sean.

Sea como sea, tendremos que acostumbrarnos, al menos hasta que haya vacuna, a vivir con el distanciamiento social. Y, desde luego, lo del lavado de manos nunca se dejará de recomendar.

En salud laboral, la estrategia para proteger a los trabajadores se basa en tres principios. El más importante, retirar el riesgo. Pero a veces no se puede. Imposible evitar la presencia de virus y bacteria en el medio laboral sanitario. En esos casos la estrategia debe ser mixta: proteger la fuente y al trabajador. La fuente en estos casos son los pacientes que portan los microbios. Si son respiratorios para evitar la difusión hay que colocar una mascarilla al paciente y asegurar que su aire exhalado no circula por el centro: presión negativa. Al trabajador, equipos de protección individual entre los que se cuenta la mascarilla.

Han tardado varias semanas las diferentes autoridades sanitarias en recomendar el uso masivo de mascarillas. Hay varias razones, la principal que no había bastantes y las pocas disponibles se reservaban para las personas que por su trabajo tenían que exponerse. La segunda, que las mascarillas quirúrgicas, las más asequibles, apenas protegen.

Efectivamente, las mascarillas quirúrgicas no sirven como equipo de protección individual. Han de ser FP2 o FP3, instrumentos que tienen la capacidad de filtrar pequeñas partículas, como gotículas o incluso aerosoles, con eficiencia superior al 90%. Esas deben estar reservadas a personas expuestas y vulnerables.

En cambio, la estrategia de uso masivo de mascarilla quirúrgica, o similar, tiene por objeto evitar que el enfermo disperse los virus. Para ese fin son eficaces. Hay un estudio reciente que examina la carga viral en el aire exhalado, medida en gotículas y aerosoles, en sujetos infectados. Se ve que no todos, en la media hora de medida, expulsan virus. Y que el uso de mascarilla quirúrgica reduce el contaje a casi cero. Si todos las usáramos cuando estamos cerca de otra persona probablemente la circulación del virus se reduciría de forma drástica. Es un excelente ejemplo de salud pública porque no pretende proteger al individuo, él apenas se beneficia del uso: se protege a la comunidad.

El problema es que se necesitan millones diarias. En este momento hay pocas y se venden a precios muy altos. La alternativa, que incluso llega a recomendar el director de Salud Pública de EE UU es fabricarla en casa. Se puede hacer cosiendo una doble capa de una tela de algodón de fibras bien apretadas, o de una camiseta. O como hace el director en el vídeo que cuelga en el CDC (fácilmente accesible en ese portal) con un pañuelo doblado en varias capas sin aguja ni dedal. Se debe lograr que sea tupida pero que deje respirar. Y lavarla con frecuencia.