Una isla siempre abandonada por los poderes de la metrópoli, que la utilizó para destierro de enemigos, y hasta su conquistador, Maciot de Bethencourt, fue confinado en 1446, escapando con un navío portugués que acudió a rescatarlo. En el siglo XVIII, el comandante general de Canarias, Lorenzo Fernández de Villavicencio y Cárdenas, marqués de Vallehermoso, molesto con los regidores perpetuos de Tenerife, Alonso de Fonseca de la Serina y Antonio Riquel y Angulo, decidió desterrarlos a El Hierro. En el siglo XIX, reinando Fernando VII e Isabel II, fue desterrado en 1823 el médico tinerfeño Leandro Pérez, que al convertirse en el primer médico que tuvo El Hierro, comprobó las propiedades curativas de las aguas del Pozo de la Salud de Sabinosa, según cuenta Carlos Quintero Reboso en su libro El Hierro, una isla singular. Ya en El Hierro, Leandro Pérez fue condenado a muerte, que esquivó porque los herreños lo ayudaron a huir a América.

Eran épocas convulsas e inestables donde los capitanes generales de Canarias ejercían el mando absoluto más como virreyes y adelantados que como militares profesionales, aunque por poco tiempo por las intrigas y vaivenes políticos. Al destierro también recurrió otro comandante general de Canarias, el duque del Parque Castrillo, que retuvo para sí el mando que correspondía a su sucesor, el teniente general Pedro Rodríguez de la Buria, a lo que se opuso Juan Bautista Antequera, principal de Consolidación de Canarias, por lo que, según denunció éste de puño y letra el 10 de febrero de 1812, fue desterrado a El Hierro.

El sucesor de Rodríguez de la Buria fue Polo Nieto, muy contestado en el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife por la deportación a Cádiz de vecinos de la ciudad, colaborando en el destierro a El Hierro de Félix Mejía, editor del popular semanario satírico El Zurriago, así como de otros periodistas exaltados y molestos con el padre Blas de Ostolaza, antaño educador de Fernando VII, acusado de degenerado corruptor de menores, lo que en aquella época significaba en la práctica condenarlos a muerte al dejarlos a merced de sus enemigos.

Pero lograron fugarse en un barco norteamericano con ayuda de la organización comunera canaria y la carbonería internacional, llegando a Filadelfia en 1824 en medio de la más absoluta miseria. Mejía recibió la protección de liberales estadounidenses, masones y bonapartistas allí exiliados, entre ellos José Bonaparte (José I), exrey de España, que con el título de Duque de Survilliers vivía refugiado en Filadelfia convertido en un hombre rico gracias al saqueo y venta de joyas de la corona española, por lo que, al enterarse los periodistas compañeros de Mejía, salvo este, todos marcharon a Méjico.

En el siglo XX, gobernando Alejandro Lerroux en la II República, fue desterrado el dirigente comunista Florencio Sosa Acevedo, diputado, maestro y alcalde de Puerto de la Cruz, si bien por pocos meses, porque en las elecciones del 16 de febrero de 1936 ganó el acta de diputado a Cortes por Santa Cruz de Tenerife.

Confinados unos seis meses durante 1962 estuvieron Iñigo Cavero y José Luis Ruiz-Navarro, profesores de la Universidad Complutense de Madrid, represaliados por su asistencia en Múnich al Congreso del Movimiento Europeo, al que el régimen franquista denigró urbi et orbi denominándolo contubernio de Múnich, que no pretendía una oposición a la dictadura porque era tarea impensable, aunque sí aspiraba a la unidad de Europa y a organizar una alternativa para cuando Franco expirase. Con la Transición, en 1977, por la UCD, José Luis Ruiz-Navarro fue elegido diputado a Cortes, e Iñigo Cavero ministro de Justicia y Cultura, que tan agradecido se sentía con el trato de los herreños, que 18 años después acudió a unas fiestas en El Hierro.

Maciot de Bethencourt, en 1446, pasó de conquistador de El Hierro a confinado.