El perro se mete bajo un coche con señales de estar aparcado desde hace semanas cerca del ayuntamiento. Tiro de la correa pero es inútil. El chucho es pequeño, pero tiene una fuerza digna de Pancho Camurria. Me agacho y descubro, asombrado, que bajo el coche hay un plato de carne molida. El perro se relame al acercarse, pero se escucha de repente un maullido escandaloso, y mi peludo sale huyendo de las garras de un gato negro. Por fin obedece y sigue el camino, pero de vez en cuando mira hacia atrás, gimiendo por la manduca perdida. El ayuntamiento está cerrado a cal y canto. Ahí ya no está Lazcano. Al exconcejal de Urbanismo Juan Ramón Lazcano no está ni se le espera. Dimitió en la Península, como quien manda una postal primaveral desde un balneario, y lo primero que asombra es la frivolidad. Yo entiendo que el señor Lazcano -como tantos otros políticos o aspirantes a serlo- no entiende lo que significa ser un cargo público en estos ásperos momentos. Ni siquiera entro ni quiero entrar en sus razones para dimitir -quizá sean correctas, magníficas o inobjetables- sino en su obviamente mejorable sentido de la oportunidad. Tus conciudadanos se encuentran confinados en sus casas hace más de un mes, en tu comunidad se acumulan más de un centenar de muertos, los servicios sociales están ya al límite de su capacidad, y en ese instante, en ese preciso y espantoso instante, decides entregar el acta y desaparecer. Por supuesto que la reacción no se hace esperar. Se recuerda que el padre del dimisionario se llevaba muy bien con dirigentes de CC. También se llevaba bien en julio pasado, cuando votó a Patricia Hernández como alcaldesa, pero da igual. Con quien se llevaba bien tu padre o no deviene relevante cuando el periodista lo decida. Sin una buena conspiración no somos nada, así que seguro que el concejal ha dejado su cargo -y su estupendo sueldo- para ganar diez veces más al frente de una multinacional de tráfico de órganos por obra y gracia del satánico Fernando Clavijo.

El cielo, oscuro y premonitorio, un cielo gris corbata de exconcejal de exUrbanismo, amenaza lluvia, pero no cae una gota. En casa llegan las buenas noticias. Son unas buenas noticias también muy matizables. Decisiones del Gobierno de Canarias: se aprueba un ingreso de emergencia de hasta 478 euros por familia. En realidad es un único pago porque se confía que el Gobierno central conceda el llamado ingreso vital mínimo antes de un mes. También se exonera del pago de alquiler de viviendas de titularidad pública "mientras dure el estado de alarma". Es una consideración curiosa, porque el que tiene problemas existenciales es el que paga el alquiler, no el coronavirus. Cuando en un mes, por ejemplo, finalice el estado de alarma, ¿deberá pagar el alquiler de nuevo aunque esté en el paro?

Las ayudas al alquiler de viviendas privadas son aún más restrictivas y cabalísticas, y pueden solicitarlas ciudadanos que ganen hasta 1.600 euros mensuales bajo un conjunto de condiciones escasamente comprensibles desde un paisaje social arrasado por una crisis económica cada día más incontrolable.

Reconozco que estoy cansado. Treinta años soportando a políticos y periodistas, treinta años tolerando las estupideces y mezquindades propias y ajenas, pero creí que en medio de este cráter de angustia y desesperanza nos portaríamos mejor. No es así y a última hora solo puede reformar el viejo aserto de la gran Maruja Torres: Cuantos más políticos y periodistas conozco mejor me caen los Corleone.