España es un país solidario, lleno de gente buena y generosa. A la hora de almorzar, las familias se sientan frente al televisor y lloran desconsoladamente viendo los rostros cadavéricos de esos "niños viejos" de Etiopía, estragados por el hambre. La foto del cadáver de aquel pequeño niño sirio, dulcemente depositado por las olas, boca abajo, en una playa de Turquía, a punto estuvo de crear un nuevo Mediterráneo de lágrimas amargas de tanto buen corazón estremecido.

Somos una sociedad profundamente generosa y solidaria, siempre que no nos afecte directamente. ¿Somos solidarios con los inmigrantes? Por supuestísimo que sí. Pero si a alguna administración se le ocurre poner un centro para albergar a los 'menas' -ahora tenemos esa manía de ponerles nombres raros a todo el mundo- en nuestro barrio, entonces se lía parda. Porque en nuestro barrio, ni de coña. Si hacen el favor, me lo ponen en el de al lado. O mejor, en el que está a las afueras del municipio, que cuanto más lejos mejor. Y lo mismo pasará en cualquier lugar donde se intente poner el centro de inmigrantes, porque se lo intentarán quitar de encima.

No se trata de que tengamos xenofobia. Nada de eso. Reaccionamos exactamente igual con nuestros propios ciudadanos, siempre y cuando se trate de personas que, a juicio de la buena gente, tenga una conducta desviada. Los vecinos no quieren en su barrio ningún centro de retención de menores. Ni, por supuesto, unas instalaciones para el tratamiento de drogodependencias. Y si alguna ONG quiere abrir un comedor social o un centro de ayuda para personas sin hogar, más vale que prepare el proyecto con nocturnidad y alevosía para que los vecinos no se den cuenta y le monten un pifostio para impedirlo. Que a ver cómo se va a poner esa calle, todos los días y todas las tardes, con esos mendigos sentados por los portales, esperando a recoger su bolsita de comida.

Es una pena, por ejemplo, que la foto de los aplausos al personal sanitario nos haya salido borrosa. Con lo bien que estábamos posando todas las tardes. Pero de repente sale el típico vecino que hace una pintada en la puerta del coche de una médico: "rata contagiosa". Como si tuviera alguna cuenta pendiente con la sanitaria. ¿Un caso aislado? Pues no. No tanto. Porque hay médicos y enfermeros que han encontrado carteles en las puertas de sus casas o en los ascensores, con mensajes de sus vecinos que les invitan a marcharse de la comunidad en lo que dura esto del covirus, no vayan a contagiar a la buena gente que vive allí. Esa gente que va hasta sus puertas, cuando ellos no están, y se las riegan con lejía.

Es la gente que grita en los balcones cuando alguien se salta la cuarentena. El mismo espíritu que hace 84 años llevaba a la buena gente a denunciar al vecino de al lado para que le dieran lejía de madrugada en alguna cuneta de esta España de tan buen corazón. No hemos cambiado tanto.