Inicialmente Gustavo Matos pretendía que la comparecencia de ayer del presidente del Gobierno autonómico, Ángel Víctor Torres, ante la Diputación Permanente del Parlamento de Canarias tuviera un carácter presencial. Incluso se llegaron a medir, metro en ristre, el salón de plenos y la denominada sala de cabildos, comprobándose que podían acoger a una veintena de personas respetando la distancia de seguridad. Sin embargo, el punto de vista de Presidencia de Gobierno y de algún grupo parlamentario no era ese. El pleno se telematizó plenamente y Ángel Víctor Torres pareció hablar desde el vestíbulo de un after: atril de metacrilato y pésima iluminación. ¿El discurso? El de las últimas semanas: moderado, integrador, me duele Canarias pero no grito, tenemos que exigir y exigirnos, ahora es cuando se comprueba la grandeza de las personas. Una especie de gofio churchilliano para confortar los espíritus. Torres ha hecho un elogiable esfuerzo para transmitir serenidad y esperanzas a los ciudadanos. Se ha multiplicado en medios de comunicación para defender las medidas del Gobierno central e informar de los avances de la lucha contra la pandemia en el archipiélago. Pero ese discurso de agota rápidamente. Churchill ganó la guerra, pero perdió la paz. Torres puede ganar la batalla del primer asalto del virus, pero es inevitable que se vea desbordado por una recesión que será la prueba más dura para la viabilidad económica de este país que hayamos debido soportar.

Por eso mismo, quizás, el presidente no se explayó especialmente en la estrategia de contención de la crisis y de reconstrucción (¿) del tejido económico de las islas. No era el objeto central de la comparecencia. La reacción frente a la pandemia ha sido correcta, aunque nunca se ha terminado de explicar bien la realidad: el confinamiento no es un recurso terapéutico. Es una medida con un altísimo coste económico que pretende relantizar la propagación del virus con su reguero atroz de muertos y enfermos, evitar el colapso de los servicios sanitarios y conseguir tiempo para preparar medidas y medios para el momento de reiniciar paulatinamente la vuelta a la actividad económica y a la calle. Más allá de generalidades más o menos compartibles, el presidente Torres se ha cuidado muy mucho de precisar el contenido cuantificable de sus demandas ante los ogros de Madrid y Bruselas. Ni siquiera se han atrevido a adelantar la aprobación por el Consejo de Gobierno de la renta de subsistencia -nada que ver con la renta ciudadana establecida en el Estatuto de Autonomía- que supuestamente se está diseñando hace semanas. Se está estirando el chicle porque, después de escupirlo, lo que va a quedar es una realidad espantosa difícilmente digerible. El único camino de la supervivencia será presentar un país unido -una suerte de compromiso histórico entre las élites y la sociedad civil- para advertir que Canarias puede convertirse en un complejo y explosivo problema político y social para el Gobierno español.

Personalmente confío más en eso que se denomina sociedad civil que a las élites políticas, económicas e intelectuales. No he escuchado una palabra de análisis y alternativas de los grandes empresarios de las islas. En una tesitura tan desgarradora como la presente las patronales isleñas no han presentado un triste, patético papelito con diagnósticos y propuestas globales y sectoriales. Las universidades se debaten entre el aprobado general y el silencioso más espeso. Un apocalipsis aplatanado.