El fracaso en la protección de los trabajadores de la Sanidad ha sido estrepitoso. A pesar de las promesas y garantías, no hemos sabido cuidar a quienes nos cuidan. Los datos son terribles: 28 sanitarios fallecidos, de los que 23 son médicos. Casi 27.000 profesionales contagiados en España? Pero poco más de una quinta parte de las enfermeras españolas han sido sometidas a pruebas diagnósticas: un tercio de ellas han dado positivo en Covid.19. Un tercio de las diagnosticadas considera que el contagio se produjo por no disponer de medidas de protección adecuadas para poder hacer su trabajo, mientras otro tercio cree que la infección se produjo atendiendo a pacientes no diagnosticados por carecer de test. En un sondeo del Colegio de Enfermería, el 30 por ciento de los profesionales consultados asegura tener o haber tenido síntomas de la infección: casi un ocho por ciento estaba en ese momento en cuarentena y uno de cada veinte consideraba que había superado la enfermedad. Lo más grave es que la misma proporción de los encuestados, el cinco por ciento, reconocía estar trabajando -a pesar de tener los síntomas- porque nadie se había ocupado de comprobar un posible contagio. Qué extraordinaria impotencia, mantenerse en el trabajo sabiendo que puedes infectar a personas a las que se te ha encomendado proteger y cuidar? Uno se plantea qué es lo que mueve a estos centenares de miles de profesionales a jugarse la piel todos los días salvando vidas ajenas? Desde luego no parece que sea precisamente el afán de reconocimiento.

La verdad es que somos un país dado al folclore: mucho aplauso, mucho vídeo lacrimógeno circulando por las redes, mucha canción agradecida y muchas emociones desatadas en público, pero el eco de todo eso resulta ser el comportamiento miserable de gentuza que a veces parece vivir aún en la Edad Media.

Los medios a veces hacen su trabajo, y en estos días se han publicado algunos reportajes sobre sanitarios a los que sus vecinos, por miedo a resultar contagiados, intentan coaccionar para que se vayan a vivir lejos. Uno de esos casos, recogido ayer en El País, es el de un residente tinerfeño de 28 años que trabaja en un Hospital de Ciudad Real, y al que un vecino anónimo le dejó una nota en la puerta pidiendo que se cambiara a un hotel, porque suponía un riesgo para los ancianos y niños del edificio.

No es ni mucho menos el único trabajador en contacto frecuente con posibles contagiados que ha tenido que pasar por algo así: la lista es larga, incluye enfermeras que han dado positivo (o sencillamente podrían llegar a darlo), cajeras de supermercado, limpiadoras de hospital, seguritas, policías y guardias civiles, efectivos de la UME? Algunos de ellos han optado por cambiar de vivienda para evitar conflictos (a una enfermera de Alcorcón le tiraron lejía en la puerta), a pesar de que a todos -contagiado o no- les asiste el derecho absoluto a permanecer en su domicilio. Hasta la fecha no se conoce ni un solo de estos casos en que la Fiscalía haya actuado de oficio iniciando una investigación para responder ante estas presiones y amenazas.

La pregunta que hay que hacerse es qué clase de legitimidad puede tener una Administración irresponsable en su función de proteger, o una sociedad que tolera y ampara comportamientos tan viles?