Cuando en 1999 el Institute of Medicine, entidad privada sin ánimo de lucro norteamericana, publicó su famoso informe Errar es humano, calculaba que debido a los actos médicos, principalmente hospitalarios, se producían más muertes que por accidentes de tráfico, cáncer de mama o sida (entonces muy letal). Ya sabíamos que la medicina, cualquier tecnología, puede ser lesiva. Lo fue durante centurias cuando las únicas armas con las que contaba eran el reequilibrio de los fluidos. Entonces se sangraba y purgaba y se celebraba el momento en que las vesículas explotaban y con el líquido expulsaban la materia pecante. El que el paciente sudara en el zenit de un cuadro infeccioso confirmaba la creencia en que, merced a ese esfuerzo del organismo enfermo, ayudado por las mantas y sustancias diaforéticas, se había conseguido el reequilibrio de fluidos. Entonces, como ahora, los médicos estaban sujetos al principio de no dañar. Pero en su forma de ver, más bien de mirar, el mundo no se percibía el daño que hacían con las sangrías y otros remedios nocivos.

Sabemos hace muchos años que los médicos influyen en la cantidad de patología que existe. Se demostró por primera vez cuando un investigador vio que la cantidad de amigdalectomías que se practicaban era directamente proporcional al número de otorrinolaringólogos. Abrió una vía de investigación en la que España, de la mano del grupo de estudio en la variación de la práctica médica, es líder. No hay duda, donde más traumatólogos hay, se ponen más prótesis de cadera, y donde más cardiólogos intervencionistas, mas angioplastias. También donde hay más TAC o RM se hacen más estudios. Y como demostramos hace ya muchos años, en esos sitios la lista de espera es mayor.

En muchos casos no hacer es lo mejor. Y lo más difícil. A veces se producen experimentos naturales que ponen en duda casi todo lo que sabemos. En EE UU los cardiólogos se reúnen una vez al año en un congreso masivo, de más de 20.000 personas. Los servicios de los grandes centros quedan desabastecidos. Deberían ser días de riesgo para los pacientes cardiológicos agudos. No es así. Un estudio comparó la mortalidad a los treinta días de los pacientes ingresados esos días con otros similares el mismo año. Recogieron información de varios años y varios centros. Inexplicablemente, la mortalidad en pacientes ingresados por paro cardiaco o insuficiencia cardiaca severa disminuyó en un 9% y un 30% respectivamente. Y aunque las angioplastias coronarias se redujeron en un 25% no hubo cambios en la mortalidad por infarto agudo de miocardio. Posiblemente se deba a que se reducen las intervenciones no absolutamente imprescindibles. Es quizá lo que ocurre en las huelgas médicas. Hay abundante literatura que demuestra que durante esos periodos no se eleva la mortalidad. Al contrario, en algunos casos se reduce. Se atribuye a que se limitan las cirugías y otras intervenciones no urgentes.

Con todo eso intento entender qué está ocurriendo estos días en los que el foco de la atención médica se centra en la enfermedad que hoy ya denominamos Covid-19. Me dice un radiólogo de uno de los centros hospitalarios más grandes de Madrid que no están viendo roturas de aorta ascendente, apenas ictus, pocos casos de abdomen agudo. Lo mismo ocurre con la patología aguda coronaria. Lo acaban de publicar en la "Revista Española de Cardiología". Los autores lograron, merced a la compacta red de cardiólogos en el país y la calidad de la recogida de datos que se realiza en esta especialidad, que 71 de los 81 centros que están en el código corazón respondieran a una encuesta en la que se les pedían datos de actividad entre el 24 de febrero y el 1 de marzo y el 16 y el 22 de marzo. Comparan antes y durante la pandemia Covid-19.

Los resultados confirman lo que se percibía no solo en España, también en EE UU y otros países: hay una disminución de toda la actividad de la cardiología intervencionista. En concreto, el número de exploraciones diagnósticas coronarias se redujo en el 57%. Esto no debe sorprender porque se sabe que hay una enorme variabilidad en la realización de estos estudios, hospitales que hacen muchas y otros muy pocas. En una situación así probablemente se redujeran las no estrictamente indicadas. Como también disminuyó el número de intervenciones a través de las arterias para reparar daños del corazón, como válvulas, etcétera. Esos pueden esperar casi siempre. Pero lo sorprendente es que se hayan realizado menos angioplastias por infarto agudo de miocardio. Es el tratamiento de elección en una situación así. Se han hecho un 40% menos, porque hubo menos casos que llegaron a urgencias con este problema.

Sabemos que los médicos son los principales inductores de la demanda. No es lógico que lo sean de urgencias vitales. Tampoco puedo identificar motivos por los cuales se produzcan menos casos de esas patologías. Y como son situaciones muy dolorosas y graves, parece poco probable que los pacientes decidan permanecer en casa, quizá por temor a contagio. La mano de Covid-19 es larga. En estos días de encierro, para algunos en circunstancias muy difíciles, dedicar tiempo a no hacer nada puede ser un alivio.